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Moción fallida, demagogia al alza
Abascal recurrió al catastrofismo y abogó por prohibir los partidos independentistas
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
En la Constitución, la moción de censura debe ser constructiva. Quien la vota lo hace contra el presidente, sí, pero también elige a un nuevo presidente. Por eso la de Vox estaba condenada al fracaso. Algunos (o muchos) querrían votar contra Sánchez, pero no poner a Abascal a la Moncloa.
Hubo otras mociones de censura fallidas, pero la de Felipe González le sirvió para erigirse en alternativa y ganar luego las elecciones. Al entonces dirigente del PP, Hernández Mancha, le condenó a dejar la política. ¿La de Pablo Iglesias? El tiempo lo dirá.
Ayer quedó claro no solo que la de Abascal no saldrá, sino que tampoco le erigirá en alternativa creíble. También que Vox está muy alejada de la mayoría ciudadana. Ignacio Garriga, telonero de la moción, hizo un agresivo discurso de protesta -no exento de agilidad- pero desde un punto de partida inaceptable: que el Gobierno es ilegítimo y fruto del fraude pese a haber sido elegido con las normas constitucionales.
Y el error de Garriga se elevó al cubo en el de Abascal. No fue ya un discurso de agitación, sino de un plúmbeo catastrofismo. Afirmar que el Gobierno además de ilegítimo es criminal y el peor desde hace 80 años es mucho peor. Abascal dice defender la Constitución y las libertades, pero desliza que eran mejores los gobiernos de la dictadura ajenos a todo Estado de Derecho. Y la exaltación de la provincia (“no hay provincia española que no haya deslumbrado al mundo”), liquidar el Estado autonómico o ilegalizar los partidos independentistas es un programa de prohibiciones, no de gobierno. Predicar bajar impuestos cuando el gasto público debe subir para aguantar la economía y, al mismo tiempo, criticar el déficit y la deuda diciendo que conducirán al rescate, es un dislate. Y hacer de la monarquía un eslogan de partido es carecer de todo sentido institucional.
Pedro Sánchez aprovechó para denunciar que a Abascal le disgusta la España real. No se puede amar a España si se quiere borrar de ella a los que votan independentista o “comunista”. Y subrayó que Abascal viene del PP y no criticó la negociación con ETA de Aznar cuando había muertos y ahora se rasga las vestiduras con Bildu nueve años después de que la banda dejara de matar. Levantó acta de que las críticas de Vox son similares a las del PP y desafió a Casado a diferenciarse de la extrema derecha.
Interesante el mensaje de Arrimadas al recordar que el Gobierno tiene mayoría y que ahora no se trata de derribarle -no hay diputados para ello- sino de evitar que la tragedia sanitaria y económica vaya a peor. Habrá que analizar a fondo el discurso de Casado, pero que García Egea definiera la censura como “una tomadura de pelo” indica algo.
La moción no ganará, no dañará a Sánchez y -salvo que se equivoque mucho- solo rozará a Casado. Ante el drama del coronavirus y la crisis económica, la moción fue una prueba más de que la extrema derecha aspira a pescar en río revuelto. Ayer no lo consiguió, pero sí subió la demagogia. Una mala jornada para el debate civilizado.
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