Análisis

Vuela, Pablo, vuela

La moción es de censura al Ejecutivo, pero en realidad asalta a Pablo Casado quien, seamos justos, no lo tiene fácil

Pablo Casado

Pablo Casado / DAVID CASTRO

Antón Losada

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Justo el día que España alcanzaba el millón de contagiados por coronavirus, la derecha extrema tuvo su momento en el Congreso. Lo aprovechó para prometer elecciones; un asunto capital que desvelaba a millones de españoles. Mientras usaban el Parlamento como el plató de un 'reality show' batiendo el récord mundial de insultos por minuto, Santiago Abascal y los suyos no defraudaron. Conocen a su público y saben cómo darle gusto a indignados de izquierda y derecha: política basura hasta que no puedan comer más. No quedó una sola institución democrática sin arrastrar por un lodazal donde chapotean el “virus chino”, el narcotráfico, las mafias, los violadores y los pederastas. Ni un minuto perdido en explicar su programa. La derecha extrema sabe que, si se para a dar explicaciones, se mata.

La moción es de censura al Ejecutivo, pero en realidad asalta a Pablo Casado quien, seamos justos, no lo tiene fácil. Hay una parte de su electorado que tampoco quiere parar. Solo le satisface el fuego a discreción contra un gobierno ilegítimo porque no es el suyo. Esos votos explican el medio centenar de diputados de la derecha ultra. Pero el líder popular tiene que elegir porque así se madura. O lanzarse al barrizal tratando de demostrar que su lodo mancha más y mejor, o marcar el contraste como partido de gobierno, listo para volver al poder; está en juego el liderazgo de la derecha.

Al Partido Popular la gente se le ha ido a Vox porque creen que son lo mismo, pero más leñeros, y no ven a Casado ganando. “Si mi voto no sirve para tumbar al Gobierno que al menos les moleste” es un razonamiento que verbalizan hoy muchos votantes de derechas. Volverán a casa cuando vean al PP de nuevo ganador y alguien les deje claro que hay diferencia y no cuenta votar a los ultras. Para lograrlo solo existe una estrategia posible: votar 'no' sin complejos y efectuar un discurso de Estado que visualice al líder popular como única alternativa viable.

Casado ha dejado claro que se sabe la teoría, pero le falla la práctica; le da pánico que crean antes al otro. Un líder no dudaría qué camino coger porque -ya lo dijo Bill Clinton- si peleas con un cerdo en el barro, tú te ensucias y él se divierte. Alguien consciente de que su puesto peligra jugaría al despiste. A Casado le pesa demasiado la levedad de su liderazgo y le pierde el miedo a los votos perdidos.

El goteo imparable de ciudades y pueblos confinados, las cifras rampantes por toda Europa, el creciente convencimiento de que necesitamos pactar otro estado de alarma para frenar la segunda ola, incluso la reparadora absolución del 'major' Trapero, han creado una atmósfera propicia para elevar el nivel. El Gobierno también se lo ha puesto fácil, al elegir asegurar su 'share' en el 'reality' en lugar de construir su propio relato. Pero al líder popular le da tanto miedo la minoría que olvida dirigirse a la mayoría que necesita para gobernar. Deberá escoger: o volar o bajar a enlodarse mientras el otro disfrutaba.

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