Vecina de Gràcia
La fatiga en el barrio
Incluso quienes más obedientemente siguen las recomendaciones públicas empiezan a acusar un cansancio
Sonia Andolz
Profesora asociada de la Universitat de Barcelona.
Sonia Andolz
Pleno otoño y el virus no desaparece. Sigue muy presente en nuestras vidas afectando cada pequeño gesto. Al desconcierto inicial le siguió una obediencia cívica muy activa, como respuesta a las apabullantes cifras de personas que fallecían. Llegó después el verano y las ciudades se vaciaron en una mezcla de suspiro y melancolía. Repartidos por todo el territorio como un gran tablero con distancias de seguridad, las poblaciones pequeñas se sorprendían de las aglomeraciones y en las grandes, en los barrios y zonas que otros años habrían sido inundadas de turistas de veraneo, se quejaban de lo contrario, de la falta de visitantes. Así, sin darnos cuenta, llegó septiembre y con él, la vuelta al colegio. ¿Y ahora qué?
Ahora llega la fatiga pandémica. Este concepto que usan los expertos define la sensación y ánimo que observo a mi alrededor. Incluso quienes más obedientemente siguen las recomendaciones públicas empiezan a acusar un cansancio, un aburrimiento, una fatiga de tener que estar en alerta constante. Hemos integrado nuevas rutinas antivirus, sí, pero no sin costes de muchos tipos.
Las plazas siguen siendo los puntos neurálgicos de Gràcia donde seguro encontrarás vida. Incluso ahora, con los bares y terrazas cerrados, sigue habiendo gente comiendo en los bancos, bebiendo en el suelo o raspando una guitarra en las escaleras. También acusan fatiga los comercios y negocios que, a pesar de poner todo el esfuerzo, han visto como no volvían a tener el mismo número de clientes de antes de marzo y, si los tienen, no les pueden dejar entrar a la vez.
Cansancio también es lo que siente Hermínia, mi profesora de costura, quien a sus 83 años nos pide que sigamos con la clase semanal (menos de seis y con todo abierto helándonos de frío) porque si cancelamos volverá a estar sola en casa y sin nadie con quien hablar. “Ahora los nietos te mandan wasaps, ya nadie llama”. Podemos acostumbrarnos a llevar mascarilla, pero tenemos que desacostumbrarnos a no quedar en las plazas, a no llamar por teléfono, a no pensar en los demás.
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