Al contrataque

"Me llamo Carles y soy un tapón"

Dos jóvenes pasan ante una oficina de empleo en Madrid, el pasado 5 de mayo

Dos jóvenes pasan ante una oficina de empleo en Madrid, el pasado 5 de mayo / periodico

Carles Francino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace un par de años me planteé seriamente dar un giro a mi vida profesional. Tras cuatro décadas de ejercer el periodismo, de disfrutarlo y sufrirlo, pensé que tocaba un cambio. No por fatiga ni por hartazgo -me lo paso muy bien en la radio, y creo que se nota- sino por el convencimiento de que no es bueno eternizarse; de que hay que dar el relevo. Y así lo expuse a mis actuales jefes, con alguno de los cuales, por cierto, me une una buena amistad. No debo tener grandes dotes de persuasión porque entré proponiendo un cambio y salí con un compromiso para varias temporadas más al frente de 'La Ventana'. Doy mi palabra -si aún vale esa garantía- de que no era una táctica para mejorar condiciones ni obtener halagos. Los que me conocen ya saben que los tiros no van por ahí; pero esos mismos me han oído hace tiempo lamentar el efecto tapón que ejercemos sobre los que vienen detrás. 

Ahora celebro que el profesor Josep Sala i Cullell haya publicado un ensayo con aires de denuncia, titulado precisamente así: 'Generación tapón'.  Tiene argumentos, porque los “taponados” son gente más formada -al menos si la comparo conmigo-, mejor preparada, pero con unas expectativas de progreso raquíticas. Tampoco es que nosotros a su edad viviéramos en 'Los mundos de Yupi', pero había posibilidades sólidas de crecer si te lo currabas. Sin embargo, hoy el ascensor social permanece varado en la planta baja y una generación -o varias- a la que se le exigió estudios y sacrificios con la promesa de obtener bienestar se considera estafada. Y encima hay quien les mira desde la planta catorce con superioridad moral.

El otro día me contaban cómo se refería un reputado director de cine al trabajo de un colega más joven: “lo que hace este chico…”. Es en esa displicencia donde anida parte del problema. Nunca he necesitado asistir -toco madera- a una reunión de Alcohólicos Anónimos, pero me impresiona la imagen de una persona sentándose en el círculo de sillas para confesar públicamente su adicción. Y hoy me siento un poco así: “me llamo Carles y creo que soy un tapón”. ¿Qué hacemos?

Suscríbete para seguir leyendo