Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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La resistencia en los tiempos del coronavirus

Me niego a colaborar, con mis impuestos, en el desmantelamiento de un servicio público.

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Desde hace 20 años acudo al mismo centro de salud. Una bata blanca cuelga en la única ventana de ese ambulatorio de la calle de Alameda. La del doctor Garrido. Que murió de coronavirus. Otra doctora estuvo en coma y por poco falleció. Sigue de baja, dicen.

«Trampas que dificultan el acceso de sus usuarios», «instalaciones obsoletas», «deficiencias estructurales», «espacios insuficientes», «barreras arquitectónicas», «no hay ascensor», «olor a humedad», «consultas que carecen de ventanas o lavabo», «un centro de salud en un sótano, sin luz ni ventilación», «médicos y sanitarios que tienen que compartir despachos», «40 trabajadores para 23.000 vecinos», «cuando llegan camillas han de bajar a pulso por las escaleras»…

Son extractos de informes. Que explican sobre el papel por qué todos los profesionales sanitarios que allí trabajan, ¡todos!, se fueron contagiando a lo largo de la pandemia. Porque las condiciones son deplorables y antihigiénicas. Por ejemplo: la única salida de emergencia sita en el sótano, al lado de las consultas, da a su vez a otro sótano… Y a un contenedor de basura.

Yo no soy un informe burocrático, soy una testigo, una paciente. Durante 20 años, muchas veces me ha tocado ayudar a subir o bajar ese tramo de escaleras a ancianos con problemas de movilidad. He visto con mis propios ojos a médicos y médicas obligados a atender a pacientes en medio del pasillo porque un paciente no podía bajar o subir escaleras.

Para los 23.000 usuarios apenas hay tres líneas telefónicas fijas y un móvil. Siempre saturados.

En el 2019, Almeida prometió que en el edificio ocupado de la calle Gobernador  –'La ingobernable', le llamaban–, de propiedad municipal, se iba a construir un centro de salud. Sé muy bien que muchos de mis vecinos le votaron precisamente por esa razón. ¿Y cómo lo sé? Pues porque llevo años enferma. Porque cada mes bajaba esos escalones y esperaba en ese pasillo húmedo y oscuro. Y hablaba con mis compañeros de sala de espera, en su mayoría ancianos.

Y ahora nos dicen que habrá centro de salud, sí…, pero fuera del barrio. Un barrio de población envejecida. Cuando muchos de los usuarios de este ambulatorio tienen problemas de movilidad. ¿Qué sentido tiene?.

¿Por qué no hago yo como ya han hecho tantas personas que conozco? ¿Por qué no me hago un seguro privado? Me preguntan. Tengo que explicar mil y una veces que yo tuve un seguro privado hasta que nació mi hija, y descubrí que su enfermedad (una condición rara que afecta a 1 de cada 4.000 niños), solo podría tratarla la sanidad pública. Que más tarde descubrí que el cáncer de mi cuñado (un tipo particularmente raro) solo podía tratarlo la sanidad pública, y que, por principio, me niego a colaborar en el desmantelamiento de un servicio público que pago con mis impuestos.

Además, sí, es posible que yo pudiera pagar un seguro privado. Pero ¿y mis compañeros de sala de espera? Muchos de ellos no podrían, aunque quisieran. Y yo no quiero aportar migajas de mi mesa, no creo en ese tipo de caridad. Quiero seguir luchando mano a mano para que todo mi barrio pueda disfrutar de aquello a lo que tiene derecho: la salud. 

Y para eso necesito de tu ayuda.

Por eso te pido: viraliza este artículo, por favor. 

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