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El virus delator

Al titular de Interior, que pidió que la ciudadanía denunciase a los infractores, le cayeron tantos chuzos de punta que tuvo que rectificar

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zentauroepp55071757 samper201016162338 / ANNA MAS

Josep Cuní

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Si el infierno está lleno de buenas intenciones, el cielo lo está de malos momentos. Debidamente reparados, eso sí. Para ello el catolicismo ideó el sacramento de la confesión que obliga a la contrición, al propósito de la enmienda y al compromiso de no volver pecar. Cosa difícil. Por eso aplica una penitencia que es tan llevadera que no impide olvidar la obligación suscrita al poco rato. Al final, al creyente indomable le queda la apelación a la misericordia de Dios.

A Lutero esto le perturbó. También que los ricos pudieran acceder a las bulas que les concedían la permisividad que los pobres no podían alcanzar para saltarse las prohibiciones. Se puso revisionista y sobre su mirada se fundó lo que conocemos, en general, como protestantismo.

Aquella nueva facción del cristianismo apartó la confesión porque asumió que cada uno debe ser responsable de sus propios actos y de ellos dará cuenta directamente a Dios. Otra manera dura de asumir cargas y recordar la obligación de llevarse bien en la tierra para llegar al paraíso ligero de equipaje.    

El lenguaje suele jugar con la confusión que se crea entre culpa y responsabilidad. Y si el primero es un concepto religioso, el segundo adquiere un mayor peso cívico. Así, en democracia, un representante público adquiere ante la ciudadanía un compromiso de actuar adecuadamente bajo riesgo de no volver a ser elegido. Le exigimos que sepa comportarse y, en caso de desliz, asumir las consecuencias ante sus votantes más allá de las obligadas disculpas presentadas y las posibles derivadas judiciales.

Ante este dilema, ¿a qué debería acogerse el 'conseller' Miquel Sàmper? Recordemos: instó a la ciudadanía a denunciar ante la policía a quien no actúe de acuerdo con las normas, que no leyes, que ha dictado la Generalitat para evitar el crecimiento de los contagios. Su posibilidad bascula pues, entre practicar al arrepentimiento personal difícil de creer en un político o asumir directamente el principio democrático de la responsabilidad pública.

Al titular de Interior le cayeron tantos chuzos de punta que tuvo que rectificar advirtiendo que no pretendía fomentar lo que desde el inicio de la crisis sanitaria se ha dado en llamar la 'policía de balcón'. Aquel cuerpo intangible pero severo que clamaba desde las alturas contra quien circulaba por la calle cuando el confinamiento obligaba a quedarse en casa. Censores de la moral ajena que, en parábola evangélica, ven la paja en el ojo del otro a pesar de tener una viga tapando el suyo. Por ejemplo, quienes se rasgaron los vestidos ante la alteración del protocolo protagonizado por el público que se acercó a Felipe VI sin mantener la distancia de seguridad tras la entrega de unos premios económicos en la estación de França olvidando que días antes sucedió algo parecido en la plaza de Sant Jaume entre quienes fueron a despedir a Quim Torra.

En otro tiempo no muy lejano pero más llevadero, concluiríamos que el 'conseller' tuvo un mal momento. Y obviaríamos que detrás de sus palabras pueda existir un pensamiento sincero que es el que suele escaparse cuando nos dejamos llevar por un arrebato de espontaneidad. Y este es hoy la cuestión. Que a pesar de haberse corregido, algunos ciudadanos obedientes puedan entender equivocadamente que Catalunya es Cuba, donde el régimen promocionó la delación.

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