Desde L'Hospitalet

Un zulo de ciencia

Los fogones del Aula del Centre Cultural Sant Josep fueron cómplices de mis macabros experimentos

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Jordi Serrallonga

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La Batcueva de Bruce Wayne o los aposentos de Sherlock Holmes en el 221b de Baker Street, ¿quién no ha soñado con un escondite secreto como base de operaciones? No está en Gotham ni en Londres, sino en el corazón de L'Hospitalet: el Centre Cultural Sant Josep.

A falta de túneles y trampillas, la primera vez me costó ubicar el equipamiento municipal. Ocupa los bajos de una comunidad de vecinos, y hube de cruzar un patio interior hasta dar con el acceso. Todavía era un crío, y estaba oscuro, pero decían que en aquel garito Manel Rabinad daba clases de jazz. Llamé al timbre y apareció un tipo de metro noventa; por suerte, armado con una enorme sonrisa y voz afable: Rafa.

Combo musical, revelado fotográfico y maratones de cine fantástico. Mientras, fui descubriendo las salas, pasadizos y cuadros de luces del lugar. Hasta que, pasados los años, conseguí las llaves. Sí, debido a la jubilación de Joana, ocupé una plaza temporal. Trabajar rodeado de músicos, actrices, ‘geganters’... un lujo.

Tras el paso por la universidad, como arqueólogo y naturalista, el Aula devino mi «zulo de ciencia». Todo empezó con una excavación de urgencia que dirigí para el Museu de L'Hospitalet. Exhumé kilos de vestigios y, para que no desaparecieran por la noche, los almacenaba allí. Pero también los lavé, clasifiqué y estudié en la sala de actos –entre bambalinas– antes de llevarlos al museo. En otra ocasión fueron las partes anatómicas de un équido fallecido por causas naturales; había que hervirlas y recuperar los huesos que pedía un hoy famoso profesor de la Complutense de Madrid. Los fogones del Aula fueron cómplices de mis macabros experimentos.

Y de zulo a centro neurálgico de la divulgación científica en el país. Ferran, Josep Maria, Irene y Rafa, desde el CC Sant Josep, el año 2003, tuvieron la genial idea de crear ‘Pessics de Ciència’: conferencias, exposiciones, cursos, etcétera. No les pierdo la pista, pues uno no puede vivir sin esa cueva que hoy es «zulo de ciencia» para toda la ciudadanía.

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