Desde el Raval

Un deseo y una necesidad

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Enric Canet

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Día D: 14 de septiembre. A punto de reabrir las puertas del nuevo curso escolar. Mientras yo esperaba en la calle de los Àngels, en otros lugares del Raval las comitivas judiciales ya se preparaban para ejecutar nuevos desahucios. Constantes, estos últimos años. Al menos el covid-19 tenía una triste parte positiva: se habían parado. Mientras las leyes y los ejecutores no perdonan los débiles, de toda Barcelona ya habían llegado grupos de jóvenes y no tan jóvenes, organizados y por libre, dispuestos a bloquear las órdenes de la autoridad judicial. Plantaban cara, bloqueaban el paso. Quizás porque sentían en su piel el drama de no tener hogar, quizá porque son jóvenes y la sangre les hierve ante lo que consideran, tal vez legal, pero injusto. No estaban dispuestos a tolerar que fueran a la calle gente que hace tiempo que vive en el barrio o de grupos humanos que sobreviven. Es la fuerza del Raval. Así se creó el Casal: mezcla de gente del barrio con ciudadanía, uniendo las energías para no perder lo que sentían como propio. Y, finalmente, el Ayuntamiento mediando y aplazando temporalmente el drama.

Hace pocos días, no sabíamos si el zumbido del helicóptero avisaba otro desahucio o por el tráfico de droga. Cientos de servidores del orden en varias calles. Entrando en pisos que generan grandes pesadillas al vecindario o de otros ocupados por jóvenes que no tienen más opciones para sobrevivir.

Así es el Raval: un deseo y una necesidad. El de los jóvenes que desean independizarse y el vecindario que los necesitamos para el futuro. Nuevas y antiguas familias necesitadas de un hogar para vivir y un barrio que desea vida en las escaleras y en la calle. Barceloneses que desean disfrutar de la cultura, y las calles y comercios que necesitan nueva vida. Todos y todas en la ciudad precisamos mezclarnos para conocernos y reconocernos.

Para lograrlo, y si no es mucho desear, previamente hace falta que entre los derechos fundamentales e imprescindibles, al mismo nivel que la propiedad privada de los poderosos, esté tener una vivienda digna para todos. Y puestos a pedir... que haya pan para todos, sin colas indignas. Más que un deseo, son necesidades como el aire que respiramos. También, imprescindiblemente limpio.

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