Desde Sant Antoni
Jeroglíficos y ajedrez
Poco a poco las mesas de la calle Borrell se fueron llenando de jugadores que se pasaban la tarde estrujándose la mente en público
Marta Buchaca
Dramaturga, guionista y directora teatral
Marta Buchaca
Tiempo después de inaugurar nuestra ‘superilla’, seguimos intentando descifrar los jeroglíficos policromáticos de la calzada. Mi estrategia, cuando la atravieso en coche, es ir a cinco por hora y dejar cruzar a todos los viandantes, como si ese tramo fuera un paso de peatones continuo. Es mi manera de evitar sustos, gritos e infracciones. O no. Ya que al no saber el significado de las figuras geométricas amarillas del asfalto, nunca sé con certeza si estoy haciendo algo fuera de la ley. Cuando voy andando y tengo que cruzar, miro a derecha e izquierda repetidas veces como si fuera la niña de 'El Exorcista' en plena posesión, y, cuando no viene ni coche ni moto ni patinete eléctrico, corro a lo Forrest Gump hasta el otro lado. Esta, hasta el momento, ha sido mi táctica para sobrevivir en la supermanzana.
El tráfico se ha reducido en más de seis mil coches, un dato a celebrar, pero los más de mil que siguen circulando a diario a menudo van demasiado rápido y ponen en peligro a los niños que disfrutan de la zona de juegos y más de un padre o una madre se han tenido que tirar en plancha para evitar atropellos. La ‘superilla’ viene acompañada de jardineras, bancos y todo tipo de elementos que generan nuevas plazas y espacios para las vecinas y vecinos. Confieso que cuando vi que algunas mesas tenían un tablero de ajedrez me pareció bastante inútil. Costaba imaginarme que la calle Borrell pudiese convertirse de pronto en el Chess & Cheeckers de Central Park y, de hecho, al principio los ciudadanos las usaban para tomar café, para sentarse a charlar y poco más. Pero, poco a poco, las mesas se fueron llenando de jugadores que venían con sus fichas y se pasaban la tarde estrujándose la mente en público. Mi hijo, al que su abuelo está enseñando a jugar, se pasa horas observando cómo distintas generaciones y razas disputan partidas larguísimas. Y a mí, que no sé ni cómo se colocan las fichas, me emociona verle aprender de sus vecinos, sentir que somos parte de una comunidad y comprobar que nuestro barrio sigue siendo barrio.
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