EL COVID EN LOS ESTADIOS

"¡Es la economía, imbécil!", gritó Clinton

El goleador Cristiano Ronaldo, con Portugal.

El goleador Cristiano Ronaldo, con Portugal. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Si escuchas atentamente y lees meticulosamente a los que saben (papá decía que lo poco de medicina que se sabe, lo saben los médicos), entiendes lo que está pasando o lo comprendes un poco mejor, llegando a la conclusión de que es un milagro que no estemos peor ¿peor?, sí, sí, peor, de lo que estamos.

El otro día, ese sabio que es el cardiólogo español, con sede en Nueva York, claro, Valentín Fuster, explicaba que (casi) odia la palabra confinamiento, pues él prefiere hablar de "protección al público". Es decir, lo que no se está haciendo.

Decía, explicaba, con palabras pausadas, dignas de un erudito, algo que, en España, provocaría que muchos (demasiados) políticos (¿todos?, pues todos), tuviesen que esconderse debajo de la cama. "No es un tema que vaya a desaparecer mañana, ni siquiera con la aparición de la vacuna, o que vayan a resolver los políticos; este es un tema de comunidad, debemos trabajar todos juntos por el bien de la comunidad, independientemente de nuestra ideología".

Todo por la economía

Aquel grito que Bill Clinton lanzase a la cara de George Bush cuando, en 1992, peleaban por la presidencia de Estados Unidos, aquel “¡es la economía, imbécil!”, ha sido esgrimido y puesto en práctica por el deporte. Sí, cierto, para salvar las economías de los grandes eventos, de los deportes superprofesionalizados y, por supuesto, para tratar de inyectar algo de ánimo, entretenimiento y felicidad a millones de fans.

Cuando el modélico y (casi) invencible Rafa Nadal decía, mientras abrazaba su 13º trofeo Roland Garros, que esperaba haber entretenido y hecho felices a millones de aficionados al tenis, cuando reconoció que no dejaba de pensar en la desastrosa, caótica y peligrosa situación que vivimos, decía la verdad, lo que piensa, una vez asumido el riesgo, él y los 128 tenistas que empezaron a competir (contra él) el día 1 de Roland Garros, de poder contagiarse, como acaba de hacerlo <strong>Cristiano Ronaldo</strong> (ya solo falta que caiga Leo Messi ¡no, por ‘D10S’, no!, ni él ni nadie más!), <strong>Nikola Mirotic </strong>o los ciclistas del Giro, Steven Kruijswijk y Michael Matthews.

Metidos en una burbuja

Insisto, el esfuerzo (y los millones) que ha costado reemprender la marcha en el deporte de alto nivel (“¡es la economía, imbécil!”), los enfados que ha provocado en los aficionados, al no poder acudir a los recintos, o entre los propios periodistas, alejados de los protagonistas y teniendo que realizar las entrevistas por videoconferencia, no deja de tener un punto exótico y algo de milagro (como se demuestra ahora que la ola tiene aspecto de tsunami), pues hemos podido asistir al final de la Liga (de las Ligas europeas, menos la francesa), la Champions, el Open de EEUU y Roland Garros, la NBA y el arranque (espectacular arranque) de los campeonatos de F-1 y MotoGP, auténticas burbujas ambulantes, entre otros eventos.

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