ANÁLISIS

Trump sabe que si pierde, lo pierde todo

La constancia de los sondeos al vaticinar su derrota, incluso en territorios republicanos, ponen a dirigente en estado de máxima alerta

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Alfonso Armada

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No cometeré el error del segundo entrenador de Novak Djokovic, que auguró que las posibilidades de victoria de Rafael Nadal en Roland Garros eran despreciables. No voy a aplicar esa pericia de astrólogo para adelantar lo que va a ocurrir <strong>el 3 de noviembre en Estados Unidos, </strong>pero recordemos que frente a comicios presidenciales anteriores, en los que el número de ciudadanos que ejercieron el voto de manera anticipada no llegaba a los 100.000, este año ya han votado varios millones.

Tampoco soy un experto ni en dermatología ni en fisiognomía (pseudociencia que dice que de una cara se puede deducir una personalidad y su futuro), pero el rostro crecientemente anaranjado e hinchado de Donald Trump tras su salida del Hospital Walter Reed inducen a la sospecha ante quien ha hecho de la sociedad del espectáculo su teatro de ópera política. En tres días le dieron oxígeno, y un cocktail de medicamentos contra el covid-19 que supuestamente padecía y que no puede ser inocuo para un paciente de 74 años, con sobrepeso, colesterol y la agenda más ambiciosa del mundo: su propio ego. 

Si algo cabe deducir de la furia electoral de Trump (el lunes volvió a buscar el calor de las muchedumbres sin mascarilla en Florida) es que la constancia de los sondeos electorales al vaticinar su derrota, incluso en territorios que eran republicanos seguros, le ha puesto en estado de máxima alerta. Puede tratar con su proverbial displicencia las informaciones que le dejan en mal lugar, como las sacadas con fórceps periodístico (después de meses de investigación de 'The New York Times') sobre su historial con la hacienda: años de no pagar impuestos, o unos risibles 750 dólares en el 2019, la ruina de su imperio inmobiliario (con deudas de casi 500 millones de dólares)… Pero salir de la Casa Blanca es interpretar el papel de perdedor en 'The Apprentice', el reality elevisivo en el que participó. “¡Despedido!”. Sobre todo porque le dejaría expuesto a una ristra de procesos. Hay quien empieza a ver concomitancias entre Al Capone y Donald: cómo la justicia logró que el capo ingresara en prisión: no por sus delitos sangrientos, sino por burlarse del fisco.

Posible hecatombre en el Senado

El temor a una derrota contundente (sigo sin seguir los pasos del  segundo entrenador de Djokovic) empieza a calar como algo más que calabobos en la esquina republicana. Un análisis de 'The Economist' vaticina una <strong>hecatombe en el Senado, </strong>donde las posibilidades de que pase a manos demócratas son de más del 60%. Una cuestión crucial, ya que es la Cámara decisiva en el sistema estadounidense, donde pueden encallar todos los laureles presidenciales, desde una destitución ('impeachment') hasta la ratificación de un nuevo miembro del Supremo. De ahí la prisa de Trump por llenar el vacío dejado por la jueza progresista Ruth Bader Ginsburg. Trump quiere a la conservadora Amy Coney Barrett en pleno ejercicio antes de la noche electoral. 

Richard Ford, uno de los más reputados escritores estadounidenses, confesó recientemente que piensa como muchos compatriotas: “El autoritarismo se encuentra a las puertas de la frágil democracia estadounidense”. El autor de 'Canadá' cree que Estados Unidos “se parece cada vez más a uno de esos países que pueden caer (…). En otras palabras, en América se respira el peligro”.