La división social por el conflicto territorial
Que los elefantes bailen
Una encuesta sobre polarización en Catalunya pone deberes a la ciudadanía: nos emplaza a reecontrarnos
Paola Lo Cascio
Profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
Paola Lo Cascio
Recientemente se han conocido los resultados del estudio demoscópico llevado a cabo por el Institut Català Internacional per la Pau (ICIP) sobre ‘Convivencia y polarización en Catalunya’. Algunos se han apresurado a instrumentalizar y minimizarlos, rizando el rizo de las definiciones terminológicas para concluir que en el fondo aquí bien poco ha sucedido. Sin embargo, y más allá del juicio en torno al tipo de preguntas formuladas, el mero hecho de que se haya realizado implica reconocer que ha existido y sigue existiendo un estrés colectivo. Un elefante en la habitación, inmóvil y engorroso, que impide a la ciudadanía moverse con soltura. En esto, los resultados del estudio son bastante concluyentes: el conflicto territorial es actualmente el asunto que genera más polarización tanto política como emocional. Hay más: un 16% dijo haber experimentado una percepción de agresión por este asunto en sus amistades, un 10% en familia, y un 13% en el trabajo, que se dice pronto. Los porcentajes se disparan al 22% en el caso de las redes sociales y al 46% en el caso de los ciudadanos que afirman haberse sentido agredidos por las instituciones.
No son cifras menores. Especialmente si se tiene en cuenta que, en cambio, con respecto a las muchas y variadas cuestiones por las cuales también pregunta la encuesta (desde la gestión del covid o los impuestos hasta la percepción de la inmigración), la polarización es mucho más reducida, y en todo caso no responde a la alineación con respecto a la cuestión territorial. En general, se considera muy negativo el papel que en esta misma polarización han jugado los partidos políticos y los medios.
El mero hecho de que se pregunte sobre convivencia implica reconocer que sigue existiendo un estrés colectivo
Sin negar el peso que hayan efectivamente jugado estos dos últimos en agravar las contraposiciones por motivos de audiencia o de electoralismo, la encuesta nos pone deberes a la ciudadanía, en la medida en que nos emplaza a reencontrarnos. No se trata de dejar a un lado las opiniones políticas de cada una, o el juicio que tengamos sobre lo que pasó. Aún menos de aparcar las diferencias sobre lo que queramos que pase en el futuro. La contraposición política e ideológica es la sal de la democracia. A condición de que esta se dé en un terreno compartido: tolerancia cero con aquellas posturas y actitudes que niegan la legitimidad y la condición de igual del otro, y que han tenido y tienen también una relevancia cualitativa y cuantitativa en la vida social, política y, también institucional catalana.
El azar es caprichoso, pero a veces parece programado para ser oportuno: justo antes que se publicara el estudio, volví a hablar de política catalana con una persona cercana muy independentista, con la cual –y a diferencia de otros casos– hacía mucho que no comentaba el “tema”. Lo impedía una cierta incomodidad instintiva, como si tuviéramos miedo a hacer o hacernos daño. Esta vez pudimos expresar cómo nos habíamos sentido personalmente con esto de la polarización, especialmente en las distancias cortas. Hicimos nuestras cábalas con respecto a las elecciones que vienen, y compartimos las preocupaciones que tenemos con respecto al futuro de este país. Seguiremos teniendo opiniones igual de divergentes, no lo duden. No sé si solo fue un espejismo, pero de repente, me pareció que el elefante empezaba a bailar una conga, dirigiéndose hacia la puerta.
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