Quiebras empresariales
Pescanova y Duralex
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
La radio, encendida en la cocina, cuenta que la Audiencia Nacional acaba de condenar a ocho años de prisión al expresidente de Pescanova, Manuel Fernández de Sousa-Faro, tras finalizar el juicio por fraude contable, después de que el empresario hubiera urdido el típico entramado societario para ocultar pérdidas, taponadas durante años con créditos y más créditos, hasta que en 2013 el mar entró en tromba por el boquete abierto en el casco del buque. Aparte de sacos de facturas falsas, de las consabidas cuentas desviadas a Andorra, la sentencia subraya también la responsabilidad de la auditora BDO por haber hecho la vista gorda, dicho en plata. Una noticia de envergadura por partida doble -la de Pescanova es la mayor quiebra no inmobiliaria acaecida en España- que, sin embargo, ha pasado medio en sordina, devorada por la pandemia y por la política chabacana de siempre, de palo de gallinero, corta y llena de guano.
Por salud mental quizá, lo de Pescanova me ha llevado a otros mundos más amables, a un recuerdo de finales de los años 70, cuando se estrenó en la tele aquella caricatura llamada Rodolfo Langostino, con sus patillas gauchas, el acento porteño y un sombrerito tanguero, una gamba austral congelada y seductora que asomaba por Navidad diciendo 'llevame' a casa. La mía, desde luego, no la frecuentó mucho. Serían caros o demasiado sofisticados los langostinos, pero me acuerdo a la perfección del anuncio, lo mismo que de la vajilla Duralex, cuya empresa fabricante también se ha declarado en quiebra hace unos días. Platos democráticos, baratos e irrompibles. Tazas feúchas cuya paleta cromática tenía resabios de plan quinquenal -o verde botella o ámbar, no había más-, pero que pretendían durar toda una vida. Los objetos, las palabras, las ideas tenían antes vocación de perdurabilidad. Por eso la empresa francesa ideó el nombre de la marca inspirándose en el antiguo adagio en latín 'dura lex sed lex' (la ley es dura, pero es la ley), una sentencia que parece esculpida en piedra, como un asidero inmutable, sólido, de cuando la política y los negocios, la lícita aspiración a generar riqueza, no perdían de vista el bien común. La vertical de la ética.
Suscríbete para seguir leyendo
- Sucesos¿Quién pone los motes de los delincuentes? El Piojo, Chucky, La Pantoja...
- SociedadDani Alves acude a firmar a la Audiencia de Barcelona para cumplir con las medidas impuestas para su libertad
- Tráfico y transportesEstos son los cambios en el permiso de conducir para los mayores de 70 años
- BarcelonaVídeo | Las olas causadas por la borrasca 'Nelson' vuelven a comerse las playas de Barcelona
- SociedadCuando el 'bullying' lleva al suicidio: el lado más crudo del acoso escolar
- SociedadDestrozos, puñaladas y "fiestas con escorts" en los nuevos rascacielos de lujo de Madrid: "Me fui por miedo
- GenteEste es el mensaje de Semana Santa que Carlos III lanzará hoy
- DeportesEl dueño de la Fórmula 1, cerca de cerrar un acuerdo para comprar MotoGP por 4.000 millones de euros
Animales de compañía
Olvídate de tener un perro si vives en esta zona de Barcelona
Desburocratización de la primaria