NO SOLO FUTBOL

Robar a una abuelita

Josep Maria Bartomeu.

Josep Maria Bartomeu. / periodico

Josep Martí Blanch

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Confieso que he robado. Y no a cualquiera. La peor de las fechorías. Robé dinero a una abuelita que vivía en la penuria. Cien pesetas, que entonces era un capital. La visité acompañando a su bisnieto. Vi el billete encima de la mesa y lo cambié de inmediato en mi cabeza por chucherías. Salían muchas y no pude resistir la tentación. Lo pagué con un empacho y con una vergüenza que aún hoy me revisita.

Pero lo peor no fue el levantamiento en armas de la barriga. Mis padres me interrogaron tras la iracunda queja de la anciana. Negué. Acusé a mi amigo. Como quiera que yo, a diferencia de él, tenía mofletes y sacaba buenas notas, mi credibilidad resultaba mayor. Así que le endiñaron el castigo. Dejó de hablarme: ¡No te ajunto y te vas a enterar!

En una semana toda la pandilla sabía que yo era un ladrón, además de un traidor y un embustero. Había dejado de ser un tipo de fiar. No me querían ni para jugar al churro, media manga, mangotero cuando eran pocos. Acabé confesando en brazos de mi madre entre desconsolados sollozos. Todo había ido demasiado lejos. Visitamos en familia a la abuelita. Le devolví el billete, pedí perdón y lloré de nuevo. Mis amigos se congraciaron de nuevo conmigo, aunque no de inmediato. Yo, por mi parte, saqué una lección temprana: no sale a cuenta aplazar un problema creando uno mayor. Aunque una cosa es recibir una lección y otra no volver a pecar. Vamos a dejarlo aquí. Reconocer un robo, aunque prescrito, es suficiente por ahora.

Huida hacia delante

Josep Maria Bartomeu no ha robado a una abuelita. Él es mejor persona. Pero anda metido en la misma estrategia de intentar escapar de un problema gordo intentando crear uno más gordo todavía. Huir hacia delante intentando esquivar la moción de censura en los despachos, con la Guardia Civil de por medio y la pandemia como excusa, solo agrandará su vergüenza y disminuirá el número de sus amistades. Haga caso de la experiencia.

Es relativamente fácil entenderle a poco que uno intente ponerse en sus zapatos. Nadie quiere marcharse por la puerta de atrás de ningún sitio. La vergüenza, la convicción de estar viviendo una injusticia, la responsabilidad de no abandonar un barco antes de llegar a puerto; todas estas cosas son fáciles de comprender. Pero es que el presidente no tiene otra salida.

Contra el latiguillo que universalizó Josep Lluís Núñez, al socio se le puede engañar no una, sino un millón de veces. Se ha hecho y se continuará haciendo. Usted, los de antes que usted y los de pasado mañana y el otro. Pero eso no tiene ahora nada que ver. Tenga usted más o menos razón, suficientes socios han decidido que quieren tener la oportunidad de echarle ahora y aquí. Reaccione como toca. Dimita o ponga fecha a la votación de la moción de censura de inmediato. Deje en paz a la benemérita y compre gel hidroalcohólico y mascarillas para garantizar un referéndum con garantías sanitarias. No es tan difícil.  Recuerde la historia de la abuelita a la que sustraje cien pesetas, Eutelia se llamaba. Cuanto más tarde se solicita más caro sale el perdón y más se sufre por el camino. Libérese. Ya verá que bien respira.