Opinión | Editorial
El Periódico
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Premio Nobel contra el hambre
Unos 100 millones de personas reciben al año algún tipo de ayuda de un programa que no debe sufrir los efectos del creciente aislacionismo
Unos 800 millones de personas son víctimas del hambre, una cifra equivalente a algo más del 10% de la población mundial. De ellas, unos 100 millones reciben durante el año alguna forma de ayuda esencial del Programa Mundial de la Alimentos (PMA) de la ONU, cuya labor ha sido reconocida con el Nobel de la Paz. Aunque no figuraba en ninguna quiniela, la historia del PMA está llena del esfuerzo abnegado de los voluntarios, de los donantes y de cuantos con harta frecuencia corren grave riesgo, multiplicado los últimos meses por la posibilidad de contraer el covid-19. Todo esto premia el comité Nobel y va más allá al subrayar el esfuerzo de los gestores del programa para neutralizar el recurso a las hambrunas como arma de guerra, de efectos tanto o más devastadores que las armas convencionales.
Puede decirse que la actividad paliativa del PMA pone en evidencia ante la comunidad internacional un escenario histórico de desigualdades y carencias permanentes. Premiar sus esfuerzos ha de tener el efecto de llevar al ánimo de la opinión pública que tal organización tiene razón de ser solo porque se ha consolidado en nuestro mundo un reparto de papeles asimétrico. La razón primera de por qué el PMA es necesario radica en la realidad lacerante de desequilibrios enormes entre las regiones prósperas y las que carecen de todo, algo que reflejan cifras como las del aporte medio diario de kilocalorías por persona y día: 3.340 en los países industrializados, 2.060 en los más pobres. El planeta produce suficientes alimentos para que desaparezca el hambre, pero el hambre sigue ahí.
Hay en este premio una llamada de atención colectiva. No es una exageración afirmar, como hace el comité Nobel, que el PMA «desempeña un papel clave en la cooperación multilateral para hacer de la seguridad alimentaria un instrumento de paz». Entidades como el Programa Mundial de Alimentos contribuyen a atenuar los efectos del aislacionismo y de la fragmentación de la comunidad internacional que persiguen diferentes formas de populismo que, proponiéndoselo o no, condenan a las sociedades más vulnerables a un futuro de privaciones y pobreza extrema.
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