ANÁLISIS

Crisis económicas y cohesión social

Se puede aceptar la desigualdad en la respuesta de los servicios públicos para evitar la polarización, el gran enemigo

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Guillem López Casasnovas

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La reflexión efectuada con motivo de la presentación del nuevo informe del l’Institut d’Estudis Catalans sobre la cohesión social en Catalunya a comienzos del siglo XXI permite apuntar algunos vectores que se pueden proyectar para la crisis actual de la Covid desde la experiencia de otra crisis vivida recientemente, la financiera.

Una sociedad está bien cohesionada cuando se convierte en una especie de cluster en el que se comparten suficientes elementos de manera general como para hacer que cada uno quiera ser parte de un todo. El sentido de pertenecer convierte lo que cohesiona un legajo (boundling) que debe resultar compatible, comprensivo con otros clusters que se puedan agrupar en torno a otros ejes, ya sea en el eje nacional, en el social o en cualquier otro que cree capital social.

Este sentimiento de pertenencia puede ser erosionado por el paso del tiempo con la entrada de otras variables de clasificación, como unos nuevos estilos de vida, creencias o hábitos que deshacen los viejos. Desde la lealtad de los miembros que voluntariamente se asocian en torno a los nuevos envoltorios se generan formas de vivir, de alimentarse, relacionarse con el entorno, siempre velando por mantener aquella parte del 'colesterol bueno' que mantiene los puentes de la comprensión entre grupos con estructuras deliberativas democráticas. Las crisis económicas pueden ser a menudo elementos debilitadores de los clusters tradicionales, irradiando a través de cambios de renta, riqueza y bienestar, para hacer aparecer otros nuevos, a veces con 'colesterol malo'. Malo porque puede ser racial, a la vista del castigo que impone la crisis – confinado en un determinado territorio, acumulativo en grupos a los que ya no les queda nada que perder–, de minoría extremadamente homogénea pero altamente diferente para con otros e incluso con el conflicto solapado como elemento de unión.

La desigualdad exacerbada de la renta, con cobijo o no del patrimonio familiar, mayores abismos en cuanto a la riqueza dinástica, rotura del ascensor social o las nuevas brechas tecnológicas pueden generar grietas en los puentes, con la desaparición de las clases medias y la emergencia de la polarización, de la dualización, que son los grandes enemigos de la cohesión social. Y aquí surge la pregunta compleja que genera tantas dudas. La universalización de los servicios ciertamente mantiene puentes, a pesar de su menor efectividad redistributiva (si todo el mundo consume por igual los servicios, el impacto del gasto social pro-pobre disminuye). Por ello, mantener y aceptar cierta desigualdad intra servicios universales (educación, salud, dependencia ..) puede reducir las tentaciones a la polarización: sin elección de escuela pública sólo le queda, a quien lo puede hacer, refugiarse en la privada; sin concertación sanitaria pública, gana la sanidad privada; sin copagos por servicios diversos de dependencia, la dualidad de la asistencia entre ricos y pobres aumenta.

Se puede, desde esta perspectiva, aceptar la desigualdad en la respuesta de los servicios públicos para evitar la polarización, que es el gran enemigo, que diluye complicidades y deshace la cohesión social.

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