Vida cíclica

Hombreras, chanchullos y otros aromas ochenteros

Vuelven momentos de décadas atrás, siempre vinculados a crisis, como los escándalos políticos, o más bien, el levantar alfombras. Vuelven, pero no exactamente igual.

Daniel Osàcar entra en la cárcel

Daniel Osàcar entra en la cárcel / periodico

Carol Álvarez

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Fue poner la tele y verlo claro. Una tertuliana en un programa de Telecinco, Marta Catalá, lucía con los labios bien rojos y una chaqueta azul eléctrico con hombreras. Sin sonido en la televisión, su estética era rabiosamente ochentera, y como una revelación su imagen alumbró esta sensación vintage que nos invade desde que la pandemia se cierne sobre nosotros. Vuelven los coches a las calles, a las carreteras, en detrimento de los transportes comunitarios, como en los ochenta cuando hablar del medio ambiente era recordar la clase de Naturales y la lista de invertebrados y poco más y el metro no llegaba a todos los barrios.  Una neblina que no dejaba apenas huella en la conciencia ecológica. Vuelve también eso de pensar en segundas residencias para pasar vacaciones, en vez de viajes transoceánicos con vuelos a precios asumibles. Lo de arreglarse el piso, hacer obras aquí y allá, en vez de pulirte el sueldo fuera de casa. Eso, si te llega el salario para algún ahorro. Eso también era muy ochentero.

Vuelven momentos de décadas atrás, siempre vinculados a crisis, como los escándalos políticos, o más bien, el levantar alfombras. Tiempos de resentidos y confesiones, ahora son Corinna y Osàcar donde años atrás eran otros los que desmontaban tinglados con aroma de corrupción, en una versión libre del de perdidos al río o el sálvese quien pueda. La Fiscalía se agarra los machos cada vez que hay un pinchazo en la burbuja de la estabilidad. Incluso antes: detrás del ladrillazo y el boom inmobiliario siempre hay algún negocio turbulento. 

Pero el espejismo se acaba pronto. Que no estamos en los ochenta es patente, más allá de las hojas del calendario, cuando ves que el ex tesorero de la otrora todopoderosa Convergència, tras su paso por la cárcel por cobrar para el partido dinero público del Palau de la Música, se dispone a dar un paso más en el gran proceso del 3%, centrado en las mordidas sistematizadas. A juicio llegará la investigación que ha llegado más lejos, pese a las sospechas de décadas que pesaban sobre una manera de gobernar demasiado extendida. H

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