Opinión | Editorial

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Por un urbanismo de consenso

El objetivo de mejorar la calidad del aire no es discutible, y se entiende la provisionalidad, pero ha faltado claridad, calidad y acuerdo

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Una fotografía aérea del cruce de Consell de Cent con Rocafort agitó un debate que, lejos de ser anecdótico, se ha convertido en un quebradero de cabeza para el Ayuntamiento de Barcelona;_y también para su ciudadanía. El resultado se acercó a un galimatías que se ha extendido por diferentes zonas de la ciudad y que ha tomado diversas formas, no siempre con el nivel de diseño y funcionalidad deseable.

No es la estrategia, el objetivo general, lo que está en cuestión, sino el modo en el que se han efectuado este tipo de intervenciones en la vía pública, teñidas de urgencia e improvisación por el imperativo del covid-19. La táctica, precisamente. La pandemia obliga a la distancia social, y eso es un argumento a favor de la ampliación del espacio disponible para los peatones, aunque visto el uso que se hace de algunos espacios más bien parece una justificación sobrevenida. También la salud de los habitantes de las zonas urbanas polucionadas, así como la contribución a la reducción de emisiones a nivel global, hace obligado restar espacio a los vehículos más contaminantes (aunque también llevarían a favorecer a los de motor eléctrico, y el transporte público). Pero ambas necesidades no justifican que en la actuación emprendida hayan faltado consensos. La ejecución ha generado controversia entre urbanistas y arquitectos. Se defiende la intención y se reprocha la falta de claridad en los mensajes, la fealdad de algunos dispositivos, cierta frivolidad e, incluso, la peligrosidad que se atribuye a determinados elementos. En definitiva, una nota disonante en la ciudad del diseño y un exceso de confusión en donde debería prevalecer la claridad.

Es cierto que el llamado 'urbanismo táctico' no es una novedad ni es exclusivo de Barcelona. La famosa Times Square de Nueva York sufrió el inicio de una transformación radical en mayo de 2009. De la noche a la mañana, la plaza apareció cortada al tráfico por unos simples pivotes. Pronto se sumaron jardineras, pintura y terrazas. Unos meses más tarde se iniciaron las obras definitivas. De ser un cruce ruidoso y contaminante se convirtió en una zona dedicada a la cultura y el comercio. Londres, París, Ciudad de México, San Francisco y tantas otras grandes urbes del planeta han visto su asfalto transformado de forma repentina. Este modelo de intervención permite actuar de forma ágil y a bajo coste y favorece la experimentación y la rápida evaluación y corrección de las medidas. Todos estos aspectos son relevantes pero el más definitorio es la lógica comunitaria que lo caracteriza. Es un modelo donde la participación de la comunidad es imprescindible para que las intervenciones sean asumidas y tengan sentido para la ciudadanía. Y es, precisamente en este punto, donde las medidas adoptadas en Barcelona han naufragado.

Conseguir una ciudad más verde es un desafío ineludible que, sin duda, obliga a tomar medidas valientes, innovadoras y controvertidas. Ante todas esas dificultades conviene tejer el máximo de complicidades entre la ciudadanía y los diferentes agentes implicados. No hacerlo solo alimenta los recelos y dificulta la necesaria transformación de la ciudad.