Al contrataque

El vicario que deja paso a un suplente

Media Catalunya le quería tan poco como él a ella. Además, muchos de los de la otra mitad, de los que podríamos llamar suyos, se habían cansado de su inconsistencia e inutilidad

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Antonio Franco

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Pocas lágrimas por Quim Torra. Es lógico. No quería ser presidente, en realidad casi no ha ejercido el cargo, ha pasado buena parte de su mandato esperando que le llevasen a la puerta de salida y no deja ni obra de gobierno ni iniciativas parlamentarias reseñables. Si alguien diseñó un baño de masas de despedida en la plaza de Sant Jaume la verdad es que tuvo solo unos cuantos centenares o pocos miles de personas. Pero muy válidas para él: sus queridos CDR apretando hasta el final atendiendo a sus consignas, las franjas más disciplinadas de ANC y Omnium, algunos incondicionales y algunos curiosos.

Torra ha protagonizado una curiosa relación sentimental con este país. Media Catalunya le quería tan poco como él a ella. Además, muchos de los de la otra mitad, de los que podríamos llamar suyos, se habían cansado de su inconsistencia e inutilidad y le consideraban obstáculo para cualquier futuro posible. Conozco catalanes que no quieren que un tribunal fuerce un final de mandato en la Generalitat a causa de una pancarta, que desprecian lo que hacen y lo que representan Carlos Lesmes, Manuel Marchena, el Tribunal Supremo y las fiscalías, y que en esta ocasión, sin reconocerlo, se han enfadado menos de lo previsible. Es como si por unas cuantas horas se hubiesen sumado a aquella media Catalunya que vive cruzada de brazos y callada desde sus casas esperando el naufragio final del 'procés', parapetada de hecho detrás del escudo  -dudoso pero escudo- que suponen para ella los Carlos Lesmes, Manuel Marchena, el Tribunal Supremo y los fiscales, a falta de una política catalana más viva, operativa y eficiente que sepa desbloquear los problemas con la problemática España y que encare los difíciles retos que preocupan hoy en los demás países.

Adiós a Torra, al presidente que no fue, al que palabrería al margen tampoco arrió la bandera española del Palau. Adiós a su mandato tóxico, que redondea dejando atrás una silla vacía y un despacho fuera de uso. La paradoja es que se le recordará por lo mucho que ha hecho uso de su libertad de expresión en la más tonta "confrontación inteligente" aunque él presuma de que le apartan precisamente porque no  le dejaron emplearla.

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