Ideas

La vida de cerca

Volvemos de la óptica con una graduación nueva porque tanto nuestra vista como nosotros andamos algo cansados

Gafas graduadas que llevaba el empresario vasco cuando acudió a su cita sexual con Candy

Gafas graduadas que llevaba el empresario vasco cuando acudió a su cita sexual con Candy / periodico

Miqui Otero

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Uno sabe que está “en la mitad de la vida, con la senda derecha ya perdida”, que diría Dante Alighieri o Melendi, cuando le ponen delante el panel de letras y no intenta leerlas, sino adivinarlas. “Sí, ésa es una T… con cierto aire de F”, le digo a la optometrista, para cubrirme las espaldas. Cuando veo que pierde la paciencia, y para rebajar tensiones, le suelto: “La A”, como en el chiste de Eugenio. “¿Cuántos años tienes?”, pregunta. “40… recién cumplidos”, respondo (recién cumplidos en abril, hace casi medio año; podría haber dicho: 39 muy largos). “Justo la edad a la que la vista se cansa. ¿Ves bien de cerca?”, me dice. “No solo veo bien, sino que a veces me quito las gafas para leer”, contesto y me contengo para no adornarme diciendo que hago un risotto muy rico. “Ah, eso es un poco trampa. Pero los 40 son la edad. Quizás no hoy, quizás no mañana, pero en cualquier momento necesitarás lentes progresivas para el resto de su vida”.

¿Acaba de citar 'Casablanca'? Entonces se me queda mirando y llega un silencio que un narratólogo o un miope podría definir como “pausa dramática”. No sé qué decir, con mi nariz sefardí encajada en esa ruleta de lentes, y por un momento creo que la mujer está esperando a que pase el tiempo, a que yo le diga: “Ya me bailan las letras de cerca. Esa V está bordando un moonwalk. Proceda”.

Perder visión de lejos tiene un pase, porque a veces te ahorra saludar a según quién, pero perderla de cerca es ver peor aquello en lo que te fijas. Si eso te pasa a las puertas de un posible segundo confinamiento, qué oportuno. Mantengo el ánimo encapotado todo el día hasta que recojo en mi buzón 'Seré feliz mañana', un dietario recién publicado del escritor y librero gallego Xacobe Pato. Lo leo a fuego alegre, como Johnny 5 en Cortocircuito, y en la página 109 encuentro una cita de James Salter. Preguntado por sus escritores favoritos, dice: “Los que tienen un don para observar de cerca”. 

Pato, desde luego, sabe hacerlo. Dentro, “escribir es como aparcar el coche”, “ver a dos tímidos entablar conversación es como ver a dos camiones adelantándose”, “los emojis funcionan en las conversaciones entre adultos como el suelo acolchado en los parques infantiles”, “cada vez que Houllebecq pone un punto y coma resucita un gato o muere un tuno” y no somos lo que los demás ven en nostros: “nadie es feo cuando se hace un selfie en el espejo”. Leer su dietario es como hurgar en el diario personal de un hermano más joven. También expone que la discoteca más mítica de A Coruña, el Playa Club, es como la carrera de un futbolista profesional: “Cuando a los treinta años empieza a comprender el fútbol, a saber leer con cierta claridad los partidos, viene un niño de diecinueve y le hace un caño”. Lo mismo, podría añadir yo, sucede con el frescor de la escritura y la lectura de ciertos debutantes. 

Pato, como todos los buenos diaristas, hace buena la idea de Larra de “hermanar la aparente superficialidad de estilo con la profundidad filosófica, la exactitud con la gracia”. Una mirada que está en Camba cuando va a Nueva York y dice que allí la gente le recuerda a las vacas: están mascando todo el rato (en su caso chicle) y comen de pie. Está en Jabois y también en Marcos Ordóñez, que por aquí se asoman. Y es especialmente estimulante ahora, cuando en esta realidad castrada de semicuarentenas quizás nos tengamos que conformar con mirar las cosas bellas de la vida que tenemos justo al lado. Y cuando acabamos de volver de la óptica con una graduación nueva porque tanto nuestra vista como nosotros andamos algo cansados.

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