OPINIÓN

Gracias por salvar la vida de mi marido

Gracias por salvar la vida de mi marido

Gracias por salvar la vida de mi marido / periodico

Olga Pereda

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El padre de mi hijo, periodista de profesión, lleva 25 años cubriendo el festival de San Sebastián. El pasado jueves cogió un tren desde Madrid. Llegó a Donosti, fue al hotel y dejó sus cosas perfectamente colocadas, como siempre. El ordenador, encima de la mesa. Y las camisas, abotonadas y colgadas en el armario. Llamó a su jefa y le dijo que no se encontraba muy bien. Algo raro le pasaba. Una presión en el pecho. No se tumbó en la cama (esa suerte tuvo) sino que se marchó al Kursaal para recoger su acreditación. Cuando estaba de camino, en la avenida de la Libertad, se derrumbó. Su corazón se estaba parando por un infarto.

Un señor, que estaba de paso por San Sebastián, caminaba a unos metros detrás suyo. Vamos a llamarle Ángel porque, de hecho, fue su ángel de la guarda. Vio cómo el padre de mi hijo se apoyaba en un escaparate y después caía desplomado. Tenía la cara azul. Ángel pensó que se estaba quedando sin oxígeno.

Estamos en mitad de una pandemia. No sabemos si la persona que pasa a nuestro lado tiene covid-19 y nos lo puede contagiar. Sospechamos de todo y de todos. Pero Ángel, un señor curtido en las montañas vascas, sabía que tenía que ayudar. Tiene grabada a fuego la lealtad del verdadero montañero, ese que nunca deja tirado a un compañero. Nunca.

Sangre fría

Ángel se acercó al padre de mi hijo. Y con la sangre fría, le puso los brazos en cruz para intentar desahogarle presión en el pecho, le desabrochó el pantalón y empezó a realizarle maniobras de reanimación. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Sin parar. No sacó su móvil para llamar al 112 porque sabía que no podía perder un solo segundo. Ángel gritó a una señora que lo hiciera ella. Y él continuó golpeando el pecho de mi marido. Venciendo cualquier miedo pandémico, le quitó las abundantes flemas que tenía en la boca y le insufló aire. Y siguió golpeando su tórax. Reanimándole.

Ángel no conocía de nada a mi marido, pero miró fijamente su cara y su cuerpo y le dijo: "Chaval, no te vas a quedar aquí. Tu camino tiene que seguir. A ti te queda mucho". Y continuó: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. Con nervios de acero y con responsabilidad. Sabía lo que hacía.  A lo largo de su vida, Ángel ha auxiliado a más de un compañero en una situación similar en el monte. Ahora era diferente. No conocía a la persona que estaba tirada en el suelo, pero le dio igual. Le ayudaría hasta el final.

Sin pulso

Hubo gente que se acercó, pero se quedó petrificada por el miedo. Ángel no. Él tiene lo que hace falta: sangre fría y conocimientos de reanimación. Se acercó una chica y dijo que era enfermera. Constató que mi marido no tenía pulso. "Le perdemos", afirmó. Pero Ángel siguió. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho.

Fueron 10 minutos. O 15. A Ángel le pareció toda una vida. Y, por fin, llegó la ambulancia. Los médicos de urgencias le rasgaron la camiseta y le practicaron la reanimación profesional con tecnología médica. El pulso volvió. El corazón comenzó, de nuevo, a latir.

En el Hospital Donostia fue operado de urgencias. Los médicos no tenían claro que despertara. Pero despertó. Lo hizo gracias a la medicina, la ciencia y la sanidad pública. Pero también gracias al empeño de Ángel.

Ángel se quita importancia y dice que solo hizo lo que tenía que hacer. Pero no es verdad. Salvó la vida del padre de mi hijo. Y también la mía. Su hazaña me devuelve la fe en el género humano.

Gracias por existir

Gracias por existir, Ángel. Gracias por estar a cinco metros de él cuando su corazón se paró. Gracias por tu templanza. Gracias por tu espíritu de montañero leal. Gracias por tu empeño. Gracias por tus golpes en el pecho. Gracias porque, efectivamente, a mi marido le queda todavía mucho camino por recorrer. En la vida y en el monte.

Y como esto parece una película vamos a contar el final. Ángel no conocía de nada a mi marido. Pero cuando en el hospital le dijeron el nombre cayó en la cuenta de quién era. Sí que le conocía. No personalmente, pero sí profesionalmente. Lector compulsivo de prensa vasca, Ángel supo que la persona a la que acababa de salvar la vida era ese periodista al que lee con frecuencia. Muchas veces no coincide con sus críticas de cine, pero le sigue leyendo porque siempre aprende cosas nuevas. Y quiere que se recupere del todo para seguir haciéndolo. Estamos en ello, Ángel.