análisis
La UE no puede transigir
Pensar que Johnson puede encontrar una salida a tal laberinto a través de una claudicación de Bruselas es tan poco realista que la City multiplica sus advertencias sobre la catástrofe que se avecina
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
El propósito de los negociadores de la Unión Europea de no levantarse de la mesa por mucho que el Gobierno británico se obstine en mantener inalterable la ley de mercado interior no atenúa la impresión de que la ruptura se encamina hacia un desenlace abrupto, sin acuerdo, a partir del 1 de enero del 2021. Entre los muchos motivos para vislumbrar el choque de trenes como inevitable, dos son especialmente relevantes: la decisión europea de acudir a los tribunales si Boris Johnson deja pasar el día de hoy sin ajustar la ley de acuerdo a los compromisos adquiridos –en la práctica, un tratado internacional– y el deseo del 'premier' de llegar a un acuerdo con la UE que pueda presentar como una victoria personal, como un triunfo “increíble, fantástico y de resonancia mundial”, según ha filtrado uno de sus asesores.
Lo cierto es que tal cosa es improbable que suceda y que, por el contrario, los costes económico y social de la ruptura, agravados por los efectos asimismo económicos y sociales de la pandemia, se impongan como una realidad insoslayable. Levantar un muro en el canal de la Mancha es, desde luego, perjudicial para las dos orillas, pero una sola cifra concreta la asimetría del momento: las exportaciones a los países de la UE equivalen al 45% del total del comercio exterior británico, mientras las exportaciones comunitarias al Reino Unido no superan el 7% del comercio exterior de los Veintisiete. Con un acuerdo de libre comercio, la caída de las ventas británicas al continente rondaría el 9%, según cálculos hechos a finales de 2019; sin tal acuerdo, la disminución podría ir más allá del 14%. Ni que decir tiene que a corto y medio plazo es imposible dar con mercados alternativos y seguros que contrarresten esas cifras.
Frontera de las dos Irlandas
Pensar que Johnson puede encontrar una salida a tal laberinto a través de una claudicación de Bruselas es tan poco realista que la City multiplica sus advertencias sobre la catástrofe que se avecina. Porque con ser cierta la hipoteca financiera que se avizora para el futuro, lo es aún más el riesgo que entraña para la paz, la seguridad y la convivencia en Irlanda del Norte una ley que endurecerá la frontera entre las dos Irlandas. Si nada cambia en la ronda de negociaciones iniciada ayer, aunque no sea Michel Barnier el primero en levantarse de la mesa, la posibilidad de alcanzar 'in extremis' un pacto de caballeros antes del 31 de diciembre será casi una entelequia, porque de la misma manera que Johnson quiere un acuerdo sin costes de imagen para él, la UE no puede transigir en una crisis provocada por los conservadores británicos y gestionada por ellos sin mayores realismo y prudencia.
Una reputada analista del diario progresista 'The Guardian' sostiene que ni siquiera Johnson sabe adónde quiere llegar cuando afirma que desea un acuerdo, aunque no a cualquier precio. Y acaso no lo sabe porque aquello que le fue útil para atesorar una mayoría absoluta no lo es ahora para salir razonablemente airoso de un campo de minas sembrado por él sin pararse a pensar en los costes de futuro.
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