Análisis

El eje nacionalista (del PP)

Pocos partidos han hecho en España tanto por el nacionalismo como el PP, que al querer combatir el de los demás avivó uno propio, que no es ni siquiera nacionalismo español, sino centralismo

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José Luis Sastre

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En los primeros tiempos de Mariano Rajoy, cuando aún se alargaba la sombra de José María Aznar, el PP ideó un eje sobre el mapa para que hiciera de contrapeso al 'tripartit' de Catalunya, a la reivindicación vasca y al socialismo andaluz. Era una línea geográfica que unía Madrid, la Comunitat Valenciana y les Illes Balears (los gobiernos de Esperanza Aguirre, Francisco Camps y Jaume Matas) aunque en verdad aspiraba a ser una línea de poder. De hegemonía, que dirían los teóricos. Lo llamaron “eje de la prosperidad” por mucho que, vista la curiosa confluencia de escándalos de corrupción durante aquellos tres gobiernos, fuera antes la prosperidad de unos pocos que la del resto. Pero el caso es que en aquello se explica parte de la tormenta que arrecia ahora.

Pocos partidos han hecho en España tanto por el nacionalismo como el PP, que al querer combatir el de los demás avivó uno propio, que no es ni siquiera nacionalismo español, sino centralismo. De aquel eje se le cayeron la Comunitat Valenciana y Baleares, gobernadas por dos socialistas, y el PP hubo de convertir la línea en un solo punto: Madrid. Es en Madrid donde se mide Pablo Casado, que apostó pese a las críticas por Isabel Díaz Ayuso, y que se niega a mirarse en los gobiernos de Galicia y Andalucía, que son también del PP. Se niega porque no puede: Núñez Feijóo es un rival y Moreno Bonilla es fiel a su antigua rival Sáenz de Santamaría. Comoquiera que lo de Carlos Iturgáiz no le acabó de salir en el País Vasco, Casado se ha quedado abrazado a Díaz Ayuso y su jefe de gabinete Miguel Ángel Rodríguez, que tienen sus propias ideas de España y la libertad como si fueran suyas y de nadie más.   

De ahí la famosa frase que, aunque no tuviera sentido, tenía una explicación: para Ayuso, Madrid es España dentro de España porque su idea de Madrid culmina un nacionalismo de laboratorio y de banderas -un nuevo 'procés'-, que tiene a la ciudad como capital no ya de España, sino de una determinada idea de España. Como si de Madrid partiese un nuevo eje que esta vez no es geográfico ni de poder, sino ideológico. Y esa premisa, que en cualquier lugar orillarían para abordar la gestión de una pandemia, es la que se intercala aquí para afrontar esta: en la confrontación entre la Comunidad y el Gobierno subyace un debate ideológico que Ayuso propone y el Gobierno recoge.

No hay más que ver el esfuerzo de la presidenta madrileña por anunciar bajadas de impuestos mientras la ola repuntaba. O cómo Casado, asediado por la Kitchen, se vuelve a la bandera y al Rey, consciente de que se quejó del estado de alarma para exigir luego al Gobierno que tomase las riendas. La clave, en fin, está en lo que hay de fondo pero se les ve a las claras: les preocupa que el coste electoral lo asuma el otro; que sea el otro el que pase como culpable. Eso explicaría que el ministerio de Sanidad avalase hasta hace poco las medidas de Madrid que después le parecieron insuficientes. Y eso explica que, a cada contradicción, Ayuso aparezca más replegada entre banderas, como si a este conflicto de ahora, que tiene en parte una explicación nacionalista, fuera a hallarle también una solución nacionalista.