Consecuencias de la crisis sanitaria internacional

Segunda ola de incompetencia

Nos ha tocado padecer una catástrofe vírica con la peor plantilla de líderes mundiales, instalados la mayoría en un cortoplacismo lacerante

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Ramón Lobo

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Llegó la segunda ola (de incompetencia). La de febrero-marzo nos sorprendió preocupados en nuestra letra pequeña. Nada aprendimos de la gripe de 1918, que mató entre 40 y 50 millones de personas. No había memoria pandémica ni planes de actuación. Dirán: "Eso pasó hace más de 100 años". Pero no es una cuestión de tiempo, sino de inteligencia. Tampoco aprendimos de lo ocurrido esta primavera, hace seis meses. Nos ha tocado padecer una catástrofe vírica con la peor plantilla de líderes mundiales, instalados la mayoría en un cortoplacismo lacerante, sin atreverse a señalar que la causa es un sistema que se nutre de la pobreza.

El capitalismo funciona porque es tan depredador como nuestra especie, presumiblemente sapiens. Los 22 hombres más ricos acumulan más riqueza que todas las mujeres de África. El número de billonarios se ha duplicado en la última década, mientras que la mayoría trata de recuperarse de la crisis del 2008 que esquilmó empleos y salarios. Millones de mujeres y niñas trabajan cada día millones de horas no pagadas. El acumulado en un año equivale a tres veces el valor de la industria tecnológica global. Son datos de Oxfam Internacional.

Aunque el covid-19 está relacionado con la catástrofe climática, frenarla pone en peligro las ganancias de unas multinacionales que piensan tan a corto plazo como los políticos cuyas carreras financian. El debate en la primera ola estuvo entre la salud de todos y la urgencia de proteger empresas y comercios. En Madrid se han cerrado parques pero no casas de apuestas. Es lo lógico porque el sistema es un casino lleno de crupieres.

Importa más la economía que las personas

Donald Trump ha anunciadoque no habrá más confinamientos. EEUU acaba de superar los 200.000 muertos, casi cuatro veces los soldados muertos en Vietnam. La traducción es simple: importa más la economía y la bolsa que las personas. Es una eugenesia supremacista poco disimulada, el convencimiento de que solo sobreviven los fuertes, es decir, los que tienen dinero para pagarse la sanidad privada y la protección.

Todo depredador necesita límites. El capitalismo los tuvo tras la Gran Depresión de 1929 y la guerra de 1945 con la creación del Estado del bienestar. Finlandia demuestra que las empresas pueden ganar mucho dinero sin sacrificar el papel del Estado ni las políticas sociales, además de apostar por una economía verde. Business Insider se preguntaba en febrero por qué eran más felices que los estadounidenses si también son capitalistas.

La contrarrevolución conservadora de Reagan y Thatcher, unida a la doctrina ultraliberal de Milton Friedman, despejaron los controles. La barra libre nos condujo al colapso financiero del 2008. Los organismos de control están dominados por los que violan las leyes. Lo demuestra un escándalo de blanqueo de capitales que afecta a los grandes bancos, puesto al descubierto por una investigación periodística en los llamados Archivos del FinCEN.

Pagar los excesos

Los altos ejecutivos de Wall Street disfrutan de sueldos a los que añaden bonus por objetivos y acciones de la empresa. Su empeño es lograr que suban esas acciones para ganar más dinero. Las compañías aéreas que ahora imploran ayuda del Estado han jugado fuerte en ese casino y han perdido. Ahora pagaremos sus excesos. Angela Merkel, una de las escasas excepciones en esta mediocridad rampante -junto a la neozelandesa Jacinda Arden-, entregó 9.000 millones de euros a cambio de que el Estado alemán asumiera el 25% de la compañía. Venderá cuando se puedan recuperar. 

Somos un mundo presuntamente rico sentado sobre millones de pobres, hambrunas, guerras, expolios e injusticias. Galopamos hacia una catástrofe climática que provocará conflictos por el agua y generará millones de refugiados y desplazados climáticos.

Este sistema que esquilma bosques y hábitats de animales salvajes nos pone en contacto con miles de virus que podrían saltar a un humano y crear una pandemia similar o peor al covid-19. Estamos sentados sobre millones de armas cuando la mayor amenaza para la supervivencia de la especie es un virus cien veces más pequeño que una bacteria.

Llegó la segunda ola a una población agotada por la acumulación de malas noticias. Y eso que solo hablamos de nosotros. Luego están los invisibles, los muertos en el Mediterráneo y las enfermedades sin vacuna porque los nadies no son un negocio para las farmacéuticas. Aún no ha terminado 2020. Queda el número final en las puertas de la Casa Blanca. Un buen momento para volver a ver la serie 'Years and Years'.

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