Opinión | Editorial

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Las fugas de la ciudad, un síntoma

El desplazamiento de población desde las zonas urbanas revela su crisis como ambiente generador de oportunidades y bienestar

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No se trata de un fenómeno generalizado, pero sí que empieza a dibujarse como una tendencia que tendrá que confirmarse (o no) en los próximos meses. Es un determinado éxodo de habitantes de las ciudades (como las que componen el área metropolitana de Barcelona) hacia destinos que la situación provocada por el coronavirus ha convertido en lugares más agradables y cómodos para vivir. El confinamiento ya provocó esta huida de la capital, inicialmente circunscrita a un periodo determinado, lo que provocó en su momento mucha polémica; en muchos casos se llevó a cabo sin hacer caso de las órdenes o recomendaciones de la Administración de reducir la movilidad interterritorial y generó un desequilibrio en cuanto a la prestación de servicios. Recordemos las quejas de los responsables, por ejemplo, del Hospital de Puigcerdà, que anotaban el aumento de usuarios teniendo que lidiar con una estructura adaptada a una población menor. 

Sea como sea, con el paso de los meses, instalados en una frágil normalidad llena de incertidumbres, lo que fue una especie de escapatoria temporal tiene visos de convertirse en una posibilidad creciente de permanencia fija en zonas como la Cerdanya, la Costa Brava o la Costa Daurada, que tendrá que ser analizada en profundidad, tanto por los gestores del territorio como por los demógrafos. 

La casuística es diversa. Tanto se refiere a personas jubiladas que deciden instalarse permanentemente en la segunda residencia como a familias que optan por dar el paso a un cambio de domicilio, aunque, hoy por hoy, destacan los profesionales liberales sin hijos y los ciudadanos que pueden llevar a cabo su actividad laboral a través del teletrabajo. En la Costa Brava, por ejemplo, se han empadronado en las últimas semanas unas 4.000 personas. Ciertamente, no todas responden a este perfil, pero se aprecia un aumento notable de quienes prefieren la opción de vivir lejos de las urbes, también en casos como el de las comarcas de montaña, con un ascenso de las matriculaciones escolares. 

Ante este fenómeno, cabe plantearse distintas problemáticas. Muchos de los pueblos receptores de este tipo de inmigración interna, adolecen de infraestructuras válidas, desde los servicios asistenciales a la fibra óptica, pasando por la red viaria y de transporte. Por un lado, si se consolidara la tendencia, sería preciso actuar en consecuencia, lo que revertiría en un mayor equilibrio del territorio. Por otro lado, la falta de vivienda asequible (aunque con una presión menor que en Barcelona) y el dibujo actual de las prestaciones sociales, podrían generar una situación complicada de gestionar. No se trata, evidentemente, de una fuga generalizada, pero sí que es un factor a tener en cuenta  para un futuro inmediato, dominado no solo por la inmediatez de la pandemia sino por un panorama que puede instalarse entre nosotros. Porque la búsqueda de espacios más asequibles, más humanos, menos expuestos a los vaivenes de una realidad que genera zozobra es, además, un síntoma de crisis de las grandes capitales como medio ambiente generador de oportunidades y bienestar.