Opinión | EDITORIAL

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Quo vadis Barcelona

Todos los barceloneses deben decidir a dónde quieren ir. Es tiempo de debate y de propuestas. No de lamentos y de reproches

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Barcelona ha cambiado mucho desde las fiestas de la Mercè de hace solo un año. El efecto de la pandemia sobre la ciudad ha sido desolador. Hoteles, restaurantes, puerto, aeropuerto, la Fira y todo el cosmos de empresas y servicios que giran a su alrededor están bajo mínimos desde el pasado mes de marzo como consecuencia de la pandemia. Y el impacto de esta devastación ha puesto al descubierto importantes lagunas de seguridad y de desigualdades sociales. El esfuerzo del sector público, a pesar de ser importante, es imposible que cubra el agujero en la generación de riqueza que supone la pérdida de actividad. Y lo grave es que esta epidemia no va a remitir de manera inmediata. Es mismo miércoles el Mobile World Congress anunció que pospone la edición de 2021 hasta junio, cuatro meses más tarde de lo que es habitual, cuatro meses más que se pospone cualquier resquicio de recuperación aunque nos queda el consuelo de que los organizadores mantienen la apuesta por la ciudad. La sensación general, por ejemplo entre los lectores de EL PERIÓDICO, es que hay cosas que se han perdido para siempre y solo nos queda contener la respiración y pensar en alternativas. 

El covid-19 ha cogido a Barcelona en un mal momento. La ciudad carece de proyecto emblemático en marcha como los que tuvo en otros momentos de la historia: las exposiciones universales o los Juegos Olímpicos que habían servido de acicate para el desarrollo económico y el progreso social. Después del impacto de la crisis del 2008, los consensos básicos de la ciudad están rotos. El ayuntamiento está gobernado por una fuerza política que, aunque se ha institucionalizado, mantiene aún como prioridad la distribución de la riqueza antes que la creación. Quizá en representación de un electorado que pensó que se habían hecho muchas tropelías, pero que confiaba que la gallina de los huevos de oro del turismo nunca dejaría de funcionar. La Generalitat está en manos de un presidente que lo más moderado que propone es un "conflicto inteligente" con el Estado en nombre de una coalición que lo ha sido todo menos inteligente. Y hay una gran brecha de desconfianza entre lo público y lo privado y también en el interior de la sociedad civil. Hay instituciones que representan a una sociedad civil que ya no es, y parte de la sociedad civil, a menudo la más dinámica, que no se siente representada en las instituciones. Debates inaplazables como la gentrificación, la movilidad sostenible o la transformación digital se plantean en odres viejos. 

La ciudadanía está harta de que el debate se base en extremos irreconciliables que quieren ganar combates por KO sin tener la fuerza suficiente para hacerlo. La movilidad es un ejemplo flagrante: hay que reducir las emisiones en la ciudad, pero no se puede hacer con nocturnidad, alevosía y fealdad. El turismo debe dejar de alimentar la burbuja inmobiliaria, pero no se puede erradicar de la noche a la mañana como la pandemia nos ha hecho ver. Desde de EL PERIÓDICO, medio informativo de referencia en la ciudad, no podemos quedarnos impasibles ante una Barcelona desnortada. Nuestra misión no es definirla, pero sí reflejarla, y la vemos empobrecida, desorientada, polarizada, falta de proyecto. Y ese toque de alerta es nuestra obligación darlo sin ninguna forma de partidismo ni de dogmatismo. No queremos generar el caos sino romper esta dinámica autodestructiva que la pandemia ha evidenciado e intensificado. Barcelona, los barceloneses, todos, deben decidir a dónde quieren ir. Es tiempo de debate y de propuestas. No de lamentos y de reproches.