IDEAS

Desmunicipalizar la Mercè

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Xavier Bru de Sala

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Me hubiera gustado escribir a propósito de la polémica sobre la chica a quien los seguratas no dejaron entrar en el Orsay de París porque lucía un canalón que los alucinaba, pero solo diré que, primero, la excusa de que en el interior abundan los cuadros con contenido erótico no vale ni valdrá hasta que se demuestre que los pechos o cualquier otra parte del cuerpo humano tiene un valor artístico en sí mismo, y segundo, para recordar que un escote es un escote como una mini es una mini, y que, a diferencia del cura mugriento y pringoso situado a las puertas de la catedral normanda de Cefalú (Sicilia), que no dejó entrar a mi pareja ni que se cubriera muslos y hombros, los responsables del museo han pedido disculpas por el incidente. Las miradas lascivas de los machos se encuentran favorecidas por factores como la religión y el semianalfabetismo, contra las consecuencias indeseables de los que la cultura no es un mal antídoto.

Que la Mercè es un modelo de éxito no tiene vuelta de hoja; tampoco, que su concepción obedece a los principios del despotismo ilustrado

Pongamos en primer lugar la popular, y aquí quería ir a parar, la gran muestra de cultura en que se ha convertido, sobre todo este año, la fiesta mayor de Barcelona. Que la Mercè es un modelo de éxito, por muchos imitado, no tiene vuelta de hoja. Tampoco que su concepción de arriba a abajo, en las antípodas de Valencia, Venecia o Río de Janeiro, obedece a los principios del despotismo ilustrado, edulcorados por una progresiva apertura a las manifestaciones de la cultura asociativa. Tendencia que, consecuencia venturosa de la pandemia, se ha visto ahora incrementada por una bien entendida y bien atendida convicción municipal de convertir la fiesta en un factor de rescate para tantas y tantas actividades castigadas.

Ya que el éxito de esta Mercè ya no se puede medir por las multitudes y las aglomeraciones, se ha vuelto más de barceloneses para barceloneses, más de casa, y por tanto menos pretenciosa y más auténtica, como corresponde a todas las fiestas mayores, populares por definición y antonomasia, no secuestradas por la siempre bien intencionada autoridad. Que no sea una excepción sino un nuevo principio. Que se aplique por lo menos la cogobernanza.