Los efectos de la pandemia

Cuando los ricos se autoconfinan

Invertir en salud pública supone un beneficio para todos y para el crecimiento

Uno de los cuidadores del césped del estadio de Wembley pinta las rayas del campo de fútbol creado en el jardín del Palacio de Buckinham como homenaje a los voluntarios en el 150º aniversario de la federación inglesa de fútbol.

Uno de los cuidadores del césped del estadio de Wembley pinta las rayas del campo de fútbol creado en el jardín del Palacio de Buckinham como homenaje a los voluntarios en el 150º aniversario de la federación inglesa de fútbol. / periodico

Antón Costas

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Les advierto, de entrada, que las reflexiones que voy a hacer son poco 'científicas'. Responden a lo que en mi profesión se llama “conocimiento anecdótico”; es decir, basado en observaciones personales y relatos de amigos. Hecha esta advertencia, que ustedes sabrán valorar, permítanme que les exponga algunas reflexiones relacionadas con la pandemia, la pobreza y la riqueza.

Mientras haya pobreza, viviendas insalubres y barrios urbanos no hay espacio público para practicar el “distanciamiento social”, los ricos tendrán que autoconfinarse en sus residencias para tratar de evitar el contagio. La geografía de los reservorios del virus coincide, a grandes rasgos, con la geografía de la pobreza.

Una cuestión de (mala) suerte

La pobreza por sí sola no preocupa a los ricos. No es porque sean desalmados o inmorales. No, en modo alguno. Conozco gente rica adornada de las mejores virtudes, tanto cardinales como teologales. La razón es porque cuando eres rico desarrollas la creencia de que lo eres por tus propios méritos, méritos que los pobres no tendrían. Cuando eres rico no te paras a pensar que la riqueza y pobreza son, en la mayoría de los casos, una cuestión de suerte en la vida; o de mala suerte.

Pero la pobreza acompañada de una pandemia de un virus muy contagioso, como la del coronavirus covid-19, que no respeta distancias sociales ni geográficas, sí preocupa a los ricos porque les obliga a vivir confinados en sus residencias; en muchos casos, en sus segundas residencias. No pueden viajar, ser cosmopolitas, salir a cenar, ir de tiendas o practicar el deporte y el ocio colectivo.

Poniendo la venda antes de que se produzca la herida, permítanme aclarar que no tengo nada contra los ricos, ni contra la riqueza. En este tema coincido con lo que al parecer dijo el asesinado primer ministro socialdemócrata sueco Olof Palme cuando un dirigente de su misma orientación ideológica del sur de Europa le habló de penalizar fiscalmente a los ricos: “Yo no quiero acabar con los ricos, sino acabar con la pobreza”, respondió Palme.

Exceso de ahorro improductivo

Volviendo al tema que me interesa, que los ricos se autoconfinen tiene efectos macroeconómicos, microeconómicos y geográficos de diverso tipo. Como ya les comenté la semana pasada, cuando los ricos dejan de consumir, debilitan la demanda agregada y generan un exceso de ahorro improductivo que acentúa la recesión.

Es el momento
de acabar con la larga etapa de decepción en el interés de los gobiernos por la salud pública en estos 40 años

Pero, a la vez, pueden producir efectos positivos en economías locales. Después de leer el artículo que les acabo de mencionar, un amigo confinado en Camprodon, una preciosa localidad del interior de la provincia de Girona, me llamó para decirme que los propietarios y trabajadores de los restaurantes y tiendas de la localidad estaban muy contentos, facturando como nunca lo habían hecho debido a la permanencia de los ricos en la zona.

El covid-19 también tiene otros efectos. Una amiga, propietaria de una conocida firma inmobiliaria, me cuenta que ha aumentado de forma espectacular la demanda de viviendas con balcón o con jardín, tanto en las ciudades como en las localidades cercanas y en las zonas rurales.   

Aunque sea de modo tentativo, podemos extraer algunas conclusiones de este conocimiento anecdótico. La primera es que invertir en salud pública es bueno para todos. En el lenguaje de los economistas, la salud es un “bien público” que cuando está disponible en una sociedad beneficia a todos y al crecimiento. El coste humano y económico de la no-salud es inasumible para un país. 

La segunda es que cuando los ricos se autoconfinan por miedo a contagiarse es el momento para que los gobiernos inviertan en salud pública. Antes de la pandemia hubiésemos tenido dificultades para convencerlos. Veían la sanidad pública como un gasto improductivo que había que “recortar”. Ahora está claro que los beneficios de una buena salud pública son muy superiores a su coste.

Es el momento para acabar con la etapa de decepción en el interés de los gobiernos por la salud pública de los últimos 40 años. Hay que volver a la etapa de entusiasmo de la posguerra, cuando se construyeron los modernos sistemas de sanidad pública. Viendo los efectos de esta pandemia y las que están por venir, incluida la del calentamiento global, invertir en salud es la mejor decisión para proteger la vida y también los medios de vida; es decir, la economía y el empleo.

La salud está llamada a convertirse en una de las industrias estratégicas de futuro, con capacidad para generar riqueza y empleo como ninguna otra. La asignación de los fondos Next Generation UE debe primarla. ¡Es el momento de hacer de la necesidad, virtud!

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