Ideas

Hacia el fin del verano

Esta noche me he sentado a leer poesía, que hace otoño: he elegido el primer poemario de Josep M. Fonalleras, 'L'estiuejant'. Enseguida me he encantado en el ritmo contemplativo de sus versos.

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Jordi Puntí

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Harto del calor, hace días que espero el fin del verano. Miro el cielo acolchado de nubes de este jueves, como si viviéramos en el trópico, y voy esperando una señal que me diga que pronto entraremos en otoño. La vuelta a la escuela de los niños es una buena pista, por ejemplo, aunque es como si el covid-19 hubiera difuminado el paso del tiempo. Antes decíamos: ahora ya hay menos turistas en el barrio, todos han vuelto a casa, pero este año no nos sirve. Al atardecer salgo a pasear por el parque de la Ciutadella. Ahora oscurece más temprano y los perros corren por el césped buscando pelotas a la sombra de los árboles. Me fijo en la gente: los que juegan al ping-pong, los que hacen yoga bajo el magnolio, la chica que lee un libro de Annie Ernaux sentada en un banco. No parecen querer que acabe el verano.

A veces intento confiar en los meteorólogos. Hace unos días anunciaron mucha lluvia, un cambio radical, pero sólo fue una tregua. Al menos en Barcelona. Una mañana, mientras llovía, salí al balcón: olía a tierra y en el patio de abajo un vecino (que es un poco gilí) hacía ejercicios de gimnasia bajo la lluvia. Se mojaba y reía, y pensé que aquello no era otoño ni nada. Al cabo de media hora volvió el bochorno, un vapor espeso en la atmósfera. 

Esta noche me he sentado a leer poesía, que hace otoño: he elegido el primer poemario de Josep M. Fonalleras, 'L'estiuejant'. Enseguida me he encantado en el ritmo contemplativo de sus versos. Yo mismo era un veraneante que curioseaba delante del mar. Buscaba un verso que, como un oráculo, me anunciara la llegada del otoño y no he tardado en encontrarlo: "Es congela l'stiu a la badia", dice un poema que habla de bañistas. Pero para entonces ya me había dado cuenta de que era un esfuerzo inútil. Los poemas de Fonalleras hacen el vuelco al año. Viajamos con ellos a Roma, a Japón, a Vinyoli o a Carner. A Girona durante el confinamiento. Hay sol y noche, el vino y la consolación del arte. También nos recuerdan que, como decía Tanizaki, hay una melancolía que vibra en las cosas, y entendemos que a veces es triste y a veces alegre. Llevamos la estación dentro, cuando leemos, y los poemas la reflejan.