ANÁLISIS
¿Existe el 'bartomeuismo'?
Albert Guasch
Periodista
En las peores circunstancias posibles, el descontento contra Josep Maria Bartomeu se ha hecho oír con voz poderosa y a partir de aquí todo cabe en la realidad permanentemente convulsa del FC Barcelona. Sin días de partido en los que pescar las firmas en red, los promotores de la moción de censura han superado con holgura las 16.521 signaturas, si el recuento oficial las valida.
Nadie imaginaba que eso sería posible. Ni dentro del club, ni tampoco entre algunos de los precandidatos, que se unieron inicialmente a la iniciativa con escasa fe. Más como una nueva oportunidad de marcar perfil y airear el enojo con el presidente azulgrana que otra cosa.
Nunca antes en la historia de las mociones se habían movilizado tantos socios. Constata que debajo del griterío de las ondas y la cólera de Twitter, la exasperación es sólida y no gaseosa. Si las signaturas son buenas, el referéndum del que Bartomeu se ha librado en el Camp Nou por la ausencia de público no será con pañuelos sino, mucho peor, con papeletas. Un 66% de socios deberán respaldarlas para su expulsión. Muy difícil, pero también lo era recoger tantas firmas.
Existía el nuñismo y existía el laportismo. ¿Pero existe el bartomeuismo? Esa es la pregunta clave a partir de ahora. Los dos primeros, aparte de unos feroces opositores en la masa social, contaban con una amplia bolsa de fieles que le permitieron pinchar la moción en el referéndum. A Bartomeu le toca ahora cuestionarse cuántos socios de los 25.000 que le votaron en el 2015 están dispuestos a defenderle en la cita crucial, en la que se juega cerrar con su calculadora las cuentas de su mandato. ¿Serán los suficientes después de cinco años de mayúsculas desilusiones, ruidosos escándalos y, sobre todo, la afrenta directa del mejor jugador de la historia?
Potente animadversión
Bartomeu ha carecido siempre de carisma, que ha suplido con un carácter amable y cercano, buscando proyectar un talante profesional y responsable. Se hace evidente que no lo ha conseguido del todo. Y se hace evidente también que sus decisiones han generado una animadversión persistente, ahora numerada en las cajas de las firmas.
Cruel paradoja para alguien que siempre ha tratado de gustar y hacer sentir cómodo a todo aquel que le rodea, incluidos a esos jugadores a los que ha mimado con contratos generosos, algunos excesivos, y que ahora le enseñan el dedo del medio. Pero es obvio que no se trata ya de formas, sino de sustancia, de resultados deportivos y económicos, de sensibilidades opuestas, y cada socio que ha firmado tendrá su razón de peso para desear un cambio inmediato en la presidencia, sin esperar al 1 de julio.
Tanta visceralidad no podría explicarse tampoco sin tener en cuenta que nada despierta las ambiciones de notoriedad y sueños de poder como el sillón de la gran institución catalana. Al presidente azulgrana siempre hay alguien que le espera con una daga después de cada bache. Es el entorno que nos hemos proporcionado entre todos. Le ha pasado a Bartomeu como le pasó a sus antecesores y seguro que a sus sucesores. Algunos sobreviven y otros acaban antes de hora. Barto, tantas veces superviviente, se acerca a los segundos.
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