Dos miradas

Singapur-Singapur

Compañías aéreas asiáticas proponen vuelos sin destino con la idea de "recrear experiencias". Como si se subieran al aeroplano del Tibidabo, pero a lo grande

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Josep Maria Fonalleras

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Hay gente que coge un avión por obligación o por necesidad. O porque no hay más remedio. Los hay que, a pesar de cogerlo, se encomiendan a los dioses en los que no creen porque no hay sufrimiento superior al que experimentan cuando vuelan. Hay quienes lo cogen con indiferencia, como lo harían con un tren o un autocar, que dormitan y que no piensan que subirse a un avión tenga ninguna importancia. Y, por último, están los que disfrutan del vuelo, los que serían capaces de subirse a la nave por el simple placer de hacerlo, y así emprender un camino, el que sea, a través de la troposfera y, en algunos casos, incluso rayando la estratosfera.

Estos ahora tienen la oportunidad de su vida, sobre todo si viven en el Lejano Oriente. Compañías aéreas asiáticas proponen vuelos sin destino de unas tres horas, con la idea de "recrear experiencias", ver desde el aire islotes solitarios o contemplar de lejos las placas de hielo de la Antártida. Y volver a casa. Es decir: un Singapur-Singapur, sin escalas y sin tocar tierra. Como si se subieran al aeroplano del Tibidabo, pero a lo grande. Un juego de niños ampliado. Si no es el final de la civilización, se le parece mucho.