MIRADOR
La gran paradoja de Puigdemont
Los posconvergentes van automutilándose a medida que se acerca la batalla decisiva contra ERC por el trono independentista. No solo resulta paradójico: puede denotar agotamiento o extravío, o ambos
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
En los cuarteles barceloneses de Puigdemont había una inquietud relativa. Solo relativa. Todo parecía bajo control. A falta de 15 minutos para <strong>la declaración de Mas</strong>, un oficial del hombre de Waterloo mostraba ante un café muy corto y sin azúcar su confianza sin fisuras en que el heredero y dilapidador del legado político de Pujol se limitaría a confirmar su permanencia en el PDECat. Nada más: ni quejas, ni reproches ni censuras. No parecía un plato de gusto, de acuerdo, pero tampoco una intoxicación incurable. Pero Mas había escrito otro guion. Llegó ante los periodistas y se quejó, reprochó y censuró la <strong>fractura posconvergente</strong> causada por Puigdemont.
Esta es la gran paradoja de la posconvergencia. Va desgajándose a medida que se acerca la batalla decisiva contra ERC por el trono independentista. Los sondeos son favorables a <strong>Esquerra</strong>, pero también lo eran en el 2017 y JxCat logró la victoria contra pronóstico. Además, está el magnetismo electoral de Puigdemont frente a un candidato republicano, Aragonès, aseado pero privado de carisma. Lanzarse en este momento a la automutilación (Junts, PDECat, PNC) no solo resulta paradójico: puede denotar agotamiento o extravío, o ambos.
Cuestión personal
Puigdemont necesita que la presidencia de la Generalitat siga bajo su autoridad tras las elecciones del invierno próximo. No solo es una cuestión política. La evolución de su circunstancia personal dependerá también de su fuerza de presión. Si ERC consigue la presidencia, la cuenta atrás hacia la nada de Puigdemont se acelerará.
El breviario básico de las coaliciones políticas es inequívoco. Las partes suelen extremar sus diferencias antes de sellar un acuerdo. Tratan así de obtener condiciones más ventajosas en la alianza resultante. ¿Puede ser este el caso?
Tanto Junts como el PDECat consideran que la disputa, con demanda judicial incluida, ha ido demasiado lejos. Que no hay vuelta atrás. Pero la necesidad muchas veces obra milagros políticos. Imaginen una reconciliación con lágrima incluida en puertas de la campaña electoral. ¿Qué director de campaña no vendería su alma por un golpe así en la era de la política emocional?
Ofertas gemelas
Los sueños de los directores de campaña, sueños son. En la vigilia, la dirección del PDECat sabe que si se entrega a Puigdemont, está amortizada. Ir por separado a las urnas requeriría explorar algún tipo de arreglo con el PNC: dos ofertas casi gemelas para un mercado restringido. Pero la desconfianza personal tras la escisión de Pascal es notable.
Junts trata de quitarle hierro a la fractura consolándose con la idea de que los diputados que pueda obtener el PDECat confluirán de forma natural en el Parlament con los de Puigdemont. ¿Con quién, si no? Aun así, por el camino se habrán quedado los restos de D’Hondt y los electores que se hayan podido sentir decepcionados por la ruptura. Una suma que podría acabar decidiendo el resultado de la pugna con ERC: en las últimas elecciones catalanas, apenas 13.000 votos marcaron la diferencia entre posconvergentes y republicanos. Ay, los sueños de los directores de campaña.
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