Análisis

Transformar el Estado o morir

Tomar decisiones eficientes exige conocimiento y civismo

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Miquel Porta

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Para domar la pandemia necesitamos seguir subiendo el nivel técnico, bajando la manipulación populista y llevando a la práctica decisiones audaces fruto del conocimiento y la cooperación. Y para ello conviene que más ciudadanos apoyemos la modernización de algunos aparatos del Estado.

Estas ideas elementales fallaron desde el primer momento de la desescalada y solo falta ver cómo va la vuelta al cole. No fallan solo por la falta de preparación epidemiológica de las ciudades, las comunidades autónomas y el Gobierno (al que en rigor no se puede llamar 'central', pues tantas veces su peso es marginal, pero al que tampoco se puede llamar federal, otro gallo nos cantara). Fallan porque durante décadas a ningún partido político le supuso un coste electoral su falta de inversión en las infraestructuras de salud pública que hoy harían reales las ideas del párrafo anterior. Comparen Madrid y Nueva York. Comparen las inversiones en tratar (98%) y en prevenir (2%). Falta gobernanza 'glocal' a la altura del sistémico siglo XXI.

Hace unos tres meses, por astucia y porque la recentralización pandémica les debió parecer mediáticamente insostenible, supongo, el Gobierno devolvió poder a las comunidades autónomas. Con valentía, también movió por fin algunas fichas con gran potencial para transformar aparatos de Estado: el real decreto (4 de agosto) que puede descongelar la ley de salud pública de 2011, una secretaria de Estado para modernizar infraestructuras de salud pública, un futuro Centro Estatal de Salud Pública. ¿Han notado algo? ¿Mejores procesos de trabajo, resultados? Exigua debe ser la conciencia ciudadana sobre la trágica obsolescencia del actual Estado: por eso Illa, Calzón y Sánchez van tan despacio. Hipótesis. No sé. O bien: lo que antes en política era rápido en pandemia es exasperantemente lento.

Los datos de un "grupo de investigación de biología computacional y sistemas complejos2 (¿y  la salud pública?) de la UPC están en la línea de otros. ¿Son válidos, los datos que han analizado? Sabemos que muchos no lo son. El modelo no se queja. ¿Son irrelevantes? Para nada. La realidad es muy grave, probablemente peor, y en verdad más compleja: ello no es baladí para tomar decisiones y actuar. ¿Los mandan semanalmente a la Comisión Europea? Lo relevante es que esos cálculos reflejan una situación muy grave en Madrid, que EL PERIÓDICO rinde un servicio público informando de ellos y que los autores no hayan aprendido que es imperativo llevarlos para su valoración a las instituciones de salud pública con la responsabilidad política, moral y técnica para decidir y actuar.

El actual Estado –el español y otros– está desnudo: millones de personas sufrimos su anacrónica, trágica ineficiencia. No es cuestión “de políticos”, es un problema de disfuncionalidad del Estado. También en Catalunya. Los efectos sobre las condiciones de vida son devastadores. ¿Cómo es posible que el análisis de la pandemia no lleve a una transformación profunda de ciertos aparatos del Estado? Para no ser la vergüenza de Europa, digo. O para no morir, literalmente.

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