Dos miradas

Mas y el póquer

Lo peor es que viendo la deriva de Catalunya, solo queda la constatación de que Mas y Puigdemont son pésimos jugadores de póquer

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Emma Riverola

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Entró en escena Artur Mas. A pesar de asegurar que se sentía "triste, decepcionado y enfadado" por la situación de su partido, se le vio en plena forma. Con esa capacidad tan propia de mezclar el tono institucional con cierta proximidad, esforzándose por transmitir sinceridad. Incluso lució cierto desaliño, lo justo para adaptarse al mundo pandémico. Se queda en el PDECat y no aprueba la aventura de Puigdemont, aunque se abstiene de abrir una confrontación con su pupilo. ¿Qué tiene de verdad y qué tiene de impostado esta penúltima disputa por la herencia convergente? ¿Estamos ante un farol de Puigdemont para intentar imponer su línea? De nuevo un farol. Una jugada falsa para acobardar o impresionar al oponente. O quizá es al revés, es Mas el que ha lanzado un farol al hombre de Waterloo.

La jugada es arriesgada, pero ¿y la belleza de una reconciliación in extremis? Eso levantaría el ánimo a los que andan “tristes, decepcionados y enfadados”. Incluso daría para un nuevo ‘pressing ERC’. Veremos. Lo peor es que viendo la deriva de Catalunya, solo queda la constatación de que ambos son pésimos jugadores de póquer.