Desde Sarrià

Todavía no

Hay un mareante exceso de bolas y de bancos de hormigón. El espacio público de Barcelona ha quedado dolorosamente agredido, sin ninguna lógica que lo justifique.

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Anna Gener Surrell

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Qué bien le sienta a Sarrià el mes de septiembre... Sus calles se sacuden la indolencia y marcan el ritmo perfecto a nuestra vida.

Septiembre es el mes en el que nos preparamos para vivir cosas nuevas; hacemos planes y nos marcamos objetivos. Por eso Sarrià nos regala orden y previsibilidad, para que seamos nosotros quienes pongamos aventura a nuestras vidas. 

Esta semana han abierto sus puertas los innumerables colegios que pueblan Sarrià, y los niños han vuelto a llenar sus calles, con sus caritas lisas y sus carteras de colores. Juegan a pelota, ríen, corren por la calle; las mascarillas no han contenido su alegría. 

La vida escolar ha cambiado el ánimo a Sarrià. Muchos restaurantes estrenan carta y los escaparates se renuevan con telas y colores de otoño. Hay menos ganas de gastar, pero la pulsión por retomar las antiguas dinámicas sigue firme. En las calles vuelven a emerger las corbatas, los zapatos de tacón, las prisas, las primeras citas... las ganas de vivir.

Por poco me lo creo. Casi creo que mi antigua vida ha regresado. Me engañan los impertérritos edificios y la elegante luz de Septiembre. Pero en mi antigua vida había menos preocupación, menos miedo y mucha más belleza. 

En toda Barcelona han aparecido indicaciones de colores en la calzada que casi nadie logra entender. Hay un mareante exceso de bolas y de bancos de hormigón. El espacio público ha quedado dolorosamente agredido, sin ninguna lógica que lo justifique. 

También se han habilitado espacios exteriores a modo de terrazas. Aunque necesarios para las finanzas de restaurantes y cafeterías, la prisa por aprovechar los días de buen tiempo ha apresurado su encuadre; hay demasiada provisionalidad en su configuración. Ningún criterio estético, ninguna voluntad de seducir. 

Como si la belleza de Barcelona no fuera algo que merezca la pena respetar. Como si no fuéramos unos privilegiados por tener un patrimonio urbanístico y arquitectónico admirado en el mundo entero. Como si no tuviéramos la obligación de cuidar nuestra herencia. Como si la fealdad no fuera la puerta de la decadencia.