MIRADOR
Mas reclama un pedestal para su astucia
Para reunificar lo dividido, al 'expresident' no le bastará con lanzarle pullas al general de Waterloo
Jordi Mercader
Periodista.
Jordi Mercader
Artur Mas susurró en febrero su predisposición a sacrificarse repitiendo como candidato en bien de la causa. Nadie le hizo caso y ahora, "triste, decepcionado y malhumorado" por el divorcio entre los suyos (PDECat y JxCat), reivindica su pedestal como expresidente de la Generalitat para dedicarse a rehacer la unidad independentista, apelando a la condición "de patrimonio común del pueblo de Catalunya" que comparten todos los expresidentes. En resumen, quiere ejercer de padre de la patria, pero solo en interés de lo que le sucede a media patria, la suya. La astucia de siempre está evolucionando hacia el clásico cinismo político.
El pueblo de Catalunya no estuvo presente en el ataque de importancia que escenificó este lunes el expresidente. Artur Mas está casi angustiado, muy lógicamente, por las circunstancias por las que pasa el movimiento y, en especial, "el soberanismo de centro amplio" que un día Mas y Puigdemont pretendieron concentrar en el PDECat. Ante tal desastre, se ha fijado como propósito hacer todo lo que pueda para rehacer la unidad, porque cree que sin unidad no habrá confrontación inteligente con el Estado que valga para nada. Seguramente tiene razón y es muy comprensible que quiera dedicarse a enmendar los errores de Puigdemont, pero instrumentalizar su supuesto crédito como presidente de todos los catalanes para fortalecer la división de los mismos supera todas las expectativas.
Mas está dolido con los suyos, pero no arrepentido de su papel en esta historia. En su esperada reaparición glosó todo lo que él cree que hizo bien (30 años en CDC, PDECat, JxSí, JxCat), olvidándose de mencionar todo aquello que el resto del mundo sabe que hizo mal como impulsor de la desestabilización nacional de Catalunya. La conversión de CDC en partido independentista le sigue pareciendo una apuesta exitosa, pues, a su juicio, ayudaba a la integración del país; su renuncia a la presidencia por imposición de la CUP la recuerda como un ejemplo de abnegación en beneficio de la unidad, obviando el grave error de conceder a los antisistema una centralidad política singular; y sigue defendiendo la designación a dedo de Puigdemont como sucesor como "una buena elección", aunque aquí dejó claro que solo hasta el 2017.
El pedestal le permitirá a Mas confundir las urgencias de la mitad de Catalunya con las de la Catalunya entera, además de huir del barro de la política diaria de su espacio político y, de pasada, suavizar la derrota sufrida ante su sucesor envolviéndose en la dignidad institucional de todo expresidente. Mas no critica abiertamente a Puigdemont, se limita a expresar su negativa a avalar la separación de los suyos. Sin embargo, para reunificar lo dividido, difícilmente le bastará con lanzarle pullas al general de Waterloo, al que, de todas maneras, cualquier pero a su deriva populista le parecerá un ataque intolerable. Mas ha hablado después de un largo silencio y tal vez no haya tenido en cuenta que el ocaso de Zaratustra comenzó en cuanto bajó de la montaña.
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