al contado

Crisis con segunda ola, como el virus

La gravedad de la situación debería obligar a los políticos a dejarse de peleas estériles y pactar medidas de emergencia

Hotel Rialto, cerrado, en Barcelona

Hotel Rialto, cerrado, en Barcelona / periodico

Agustí Sala

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Hacia el final de las vacaciones, el propietario de un céntrico bar en Maó (Menorca) hacía un comentario muy pertinente en relación a los efectos que ha producido la pandemia del coronavirus. El sector turístico, fundamental en Baleares, es uno de los más afectados. No se refería solo a los innegables efectos que el covid-19 tiene y está teniendo en la campaña veraniega de este año si no a los de segunda derivada, como si de una nueva ola del virus se tratara.

El impacto en la hostelería, el comercio, las aerolíneas… es innegable hasta ahora. Lo revelan las estadísticas. Por ejemplo, el aeropuerto de Barcelona-El Prat registró una caída de pasajeros del 79,5% en agosto, en plena campaña veraniega. Y, si lo que queremos es ‘tocar’ la realidad basta con dar un paseo por el centro Maó  o por el de Barcelona, una ciudad líder turística. Encontramos hoteles cerrados; los que están abiertos, con muy pocos huéspedes, establecimientos con el cartel de “en traspaso” o “en venta” y pocos, muy pocos, turistas. Y la mayoría, nacionales. Suerte de ellos.   

Pero el propietario del bar insistía, no en los daños ya causados, que nadie puede negar y cuyo alcance aún se desconoce. “El ejecutivo o directivo que destina 15.000 o 20.000 euros en un chalet y una embarcación para pasar unos días en Menorca ha seguido viniendo porque se gasta el dinero que (aún) ganó el año pasado. El problema será el verano que viene, en el que le afectarán las pérdidas del 2020. Entonces probablemente decida no venir. Veremos entonces cómo cierran náuticas y otros negocios”, afirmaba convencido y pesimista. Y ya ni hablemos de quienes carecen de esa capacidad económica.

Estos serían los efectos denominados de segunda ronda, como cuando sube el precio de una determinada materia prima y luego lo hacen, más pronto que tarde, productos que se elaboran con esta y derivados de estos. Una crisis como la actual, surgida de un parón abrupto de la actividad y, por tanto, de la oferta, acaba afectando también a la demanda, que también se reduce.

Menos negocios con beneficios, más con pérdidas, menos empleo, menos renta de las familias y por tanto, menos consumo, sea por la pérdida del puesto de trabajo o en prevención ante esa la posibilidad. Se produce una reacción en cadena negativa. Esto es lo que hay que evitar a toda costa, porque cuanto más duradera sea la crisis más lo serán los daños que cause y más costará superarla. Basta con mirar una década atrás, con la crisis financiera que estalló en el 2008. Visto lo visto, la actual puede ser –ya lo está siendo—mucho peor. Y aún más si empeora la pandemia. ¿No son motivos más que suficientes para que los políticos se dejen de peleas estériles y pacten medidas para evitar una hecatombe económica?

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