El laberinto catalán

La farsa de Puigdemont

El 'expresident' clama por la unidad soberanista mientras escupe a todo el que no se doblega a su interés principal: seguir siendo el presidente emocional de la Catalunya independentista

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. / periodico

Emma Riverola

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En esta Catalunya jactanciosa y decaída, Carles Puigdemont tacha a Miquel Iceta de ‘malparit’. Malnacido. El ‘expresident’ encuadra el insulto en un epigrama, esas breves piezas satíricas. Asegura utilizar el término en el sentido habitual que se le da en Catalunya. Para despejar dudas, la alegre cofradía del 'bullying' virtual se ha apresurado a aclarar el significado exacto de la palabra. ¡Qué alegría deben de sentir al saberse bendecidos en sus campañas de acoso! 

También la farsa es un género que gusta a Puigdemont. Clama por la unidad soberanista mientras escupe a todo el que no se doblega a su interés principal: seguir siendo el presidente emocional de la Catalunya independentista. Para ello se ve obligado a elevar constantemente los desprecios a todo lo que huela a España (‘Estado español’ es el subterfugio) y a maniobrar para imponerse a ERC.  

No hay mesura cabal en sus críticas hiperbólicas. Tampoco vergüenza. Ha manipulado estudios internacionales sobre la salud democrática de España sin despeinarse y no ha tenido reparo alguno en vincular el presente democrático al pasado franquista. Su esfuerzo por imbuirse del mismo halo del ‘president’ Companys produce sonrojo. Al fin, el relato es muy simple: España es fascista por naturaleza y todo el que negocia con sus representantes es un traidor. Y ahí está ERC. 

La actuación de Puigdemont ha estado marcada por la contradicción. Y esta parece ser la seña de ‘su’ Junts. ¿Cómo, si no, se entiende su voto reciente en el Parlament a favor de la regularización de alquileres? Confrontación con el Estado y apropiación del espacio de ERC, estas son las razones para el apoyo a una ley en las antípodas de la herencia política convergente. Las próximas elecciones son definitivas para Puigdemont, necesita seguir siendo el ‘president' en el 'exilio'. Su supervivencia política está en juego y no dudará en utilizar artillería pesada para reafirmarse. Hay más ánimo de derrotar al contrario que de vencer. Parece lo mismo, pero es infinitamente más agrio y triste.  

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