Tensión en el Mediterráneo Oriental
Los desafíos de Erdogan
Turquía es un aliado fundamental y Bruselas tiene que impedir a toda costa una guerra en el Egeo
Georgina Higueras
Periodista
Georgina Higueras
La descomposición interna lleva a los populistas a buscar un enemigo externo al que culpar de sus propias incapacidades. Recep Tayyip Erdogan es un claro ejemplo de cómo el poder corrompe a los dirigentes. A finales del siglo pasado y en la primera década de este, fue el gran líder que sacó a Turquía de la crisis política, económica y social que atravesaba e inspiró moderación y dio esperanzas de futuro a buena parte de la juventud de Oriente Próximo. Hoy, más aislado que nunca, ha recurrido a la vieja disputa fronteriza con Grecia para tocar a rebato.
Tiene muy estudiado el escenario. Ha llamado ‘Tormenta en el Mediterráneo’ a las maniobras militares iniciadas el 6 de septiembre en la separatista República Turca de Chipre del Norte (RTChN, solo reconocida por Ankara). No en vano, el Mediterráneo Oriental se ha convertido en el epicentro de un órdago nacionalista que alimenta un islamismo cada día más intransigente. El 24 de julio, Erdogan reconvirtió en mezquita la catedral de Santa Sofía, que desde 1934 era un museo secular por decisión del fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal 'Atatürk'.
La fecha es muy significativa porque ese mismo día de 1923 se firmó el Tratado de Lausana, que enterró el Imperio otomano, trazó las fronteras turcas, cedió a Grecia gran parte de las islas del Egeo y sentó las bases de la reforma constitucional que tres años después puso fin al califato otomano (1517-1926). Atatürk lo presentó como un éxito, pero generó malestar entre los islamistas y nacionalistas turcos más recalcitrantes. Para mayor irritación, las 12 islas del Dodecaneso, perdidas por Turquía durante la guerra con Italia de 1912, también fueron adjudicadas a Grecia en el Tratado de Paz de París de 1947, que acabó con el Imperio italiano y ajustó las fronteras de Europa tras la segunda guerra mundial. Además, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 --en vigor desde 1994--, fue considerada por Turquía un “auténtico varapalo”, ya que permite extender a las islas los derechos marítimos de las naciones continentales a las que pertenecen, lo que limita al mínimo el área marítima turca.
Todo apunta a que Erdogan ha decidido dinamitar o forzar la renegociación de estos tratados. Sin previo aviso, el 21 de julio envió a Kastellorizo -la isla del Dodecaneso situada a menos de tres kilómetros de la costa turca-- un barco de prospección petrolífera apoyado por buques de guerra. Grecia puso su Ejército en estado de máxima alerta y Angela Merkel tuvo que empeñarse a fondo en impedir un conflicto armado que habría enfrentado a dos miembros de la OTAN. Turquía retiró sus barcos, pero exigió una negociación inmediata para compartir las enormes reservas de gas y petróleo descubiertas en los alrededores de Chipre, de las que no se beneficia la RTChN.
La catastrófica situación de Libia, un país rico en gas y petróleo, complica aún más el laberinto de intereses cruzados. Desde noviembre del 2019 Turquía apoya, como Italia, al Gobierno internacionalmente reconocido de Trípoli, mientras que Francia, Rusia, Egipto y Emiratos Árabes Unidos respaldan a las fuerzas del gobierno rival con sede en Tobruk. París y Ankara tuvieron en junio un peligroso incidente, cuando una fragata francesa de la misión de la OTAN en el Mediterráneo quiso inspeccionar un carguero sospechoso de llevar armas a Libia. Francia, que juega a llenar el vacío dejado por EEUU en la zona, obtuvo el aval del grueso de la Alianza, pero abandonó la misión para evitar más choques.
Erdogan ve en todos estos movimientos una confabulación para frenar el avance de Turquía, incluida la intentona golpista del 2016, que congeló la inversión extranjera, desató una grave crisis económica y en el 2018 desplomó la lira turca. “La prosperidad de los países occidentales basada en la explotación del resto del mundo se ha acabado”, espetó a Emmanuel Macron cuando este le acusó de fomentar con armas la guerra en Libia.
Rotas las negociaciones auspiciadas por Alemania, Ankara ha reenviado sus barcos, mientras Grecia rechaza la mediación de la OTAN y, con el apoyo de Chipre y Francia, pide que la Unión Europea sancione a Turquía, algo que rechazan Alemania, España, Italia y Malta. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, reconoce que la situación es muy delicada y cree que la cumbre de la UE del 24 y 25 de septiembre se dedicará en gran medida a calmar las tensiones existentes.
Menos palo y más zanahoria. Turquía es un aliado fundamental y Bruselas tiene que impedir a toda costa una guerra en el Egeo, que no solo significaría el fin de la OTAN y echar a Turquía en los brazos de Rusia y de China, sino también la muerte de la Unión.
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