Desde Poble Sec

Aquí había un parque de atracciones

Juegos infantiles en los jardines de Joan Brossa, frente a la escultura dedicada a Charlie Rivel.

Juegos infantiles en los jardines de Joan Brossa, frente a la escultura dedicada a Charlie Rivel. / JOAN PUIG

Isabel Sucunza

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No habría sido nada divertido que el parque de atracciones de Montjuïc aún hubiera existido este verano; todo lo contrario más bien: el parque habría sido un indicador más del descalabro que ha supuesto todo este rollo. Así que no lo mitificaremos por este lado, sino por este otro: el antiguo parque de atracciones de Montjuïc, mejor dicho, su recuerdo, es uno más de los lugares que, estos días, hemos tenido el impulso de ir a buscar.

Queda bien poco de lo que aquello fue; debían de sacar montañas de hierro para aplanar el terreno después y ponerle el nombre de parque de Joan Brossa, conservando, eso sí, unas cuantas esculturas -un Charlie Rivel con su silla aquí, una Carmen Amaya con los brazos levantados allá…- imposibles de relacionar con ningún parque de atracciones ni con nada, si no se ha tirado antes de hemeroteca.

Estos días, paseando con Tortilla –la entrada antigua del parque da a una de las carreteras principales que suben hasta el castillo, donde hay unas explanadas fantásticas para dejar que el perro corra-, hemos pasado unas cuantas veces por delante de lo que era el acceso principal. Esa entrada es muy fácil de adivinar: estaba justo delante del monumento a la sardana (que aún se conserva) del escultor Josep Cañas, quien, con este conjunto escultórico de 1966, debió de ser de los primeros en practicar el arte de la escultura de rotondas.

Este verano en el que todo recuerda a cuando todo era de los vecinos, aunque solo fuera para mirárselo desde fuera, nos hemos sentido un poco vecinos de los de antes nosotros también. Hemos buscado vestigios escondidos, hemos señalado todas las piedras, las medias columnas que podrían haber sostenido alguna atracción, los dibujos en el suelo de lo que podría haber sido el embaldosado de alguno de los restaurantes de entonces… Todo ha sido un poco como mirarnos el parque pero sin poder entrar; como si nos faltaran las 10 pesetas que cuentan que valía la entrada de un día; como saber que allá había habido toda aquella diversión que ahora mismo solo nos la podemos imaginar.