RETOS DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

La vuelta incierta a la universidad

Ha pesado más la pretensión bienintencionada de querer tranquilizar aparentando que se estaba haciendo algo que la activación de acciones que son claves

Un profesor imparte clase en una de las aulas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, durante el primer día del curso escolar 2020-2021, el lunes 7 de septiembre

Un profesor imparte clase en una de las aulas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, durante el primer día del curso escolar 2020-2021, el lunes 7 de septiembre / periodico

Joan Guàrdia Olmos

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'Incertidumbre': la palabra que nos ronda a todos y todas en la cabeza desde que estalló la pandemia. Una incertidumbre de la que no se libra ninguna persona ni institución. Sin embargo, una incertidumbre ante la que instituciones, por su misma razón de ser, deben trabajar para paliarla. Y, en este sentido, la universidad no puede ser una excepción. Por su función igualadora, por su contribución a un progreso científico más imprescindible que nunca, por su papel formando a ciudadanos críticos, responsables y comprometidos, entre otras muchísimas razones, debe ser la vanguardia en tiempos de incertidumbre.

Ya hace unos días que hemos vuelto a la universidad, y la situación está lejos de estar controlada. Un hecho que se agrava si pensamos que el golpe fuerte llegará cuando se abran las aulas. Como en el caso de la escuela, volver a las aulas, ahora, es un reto difícil de dimensionar. Desde principios de septiembre, hemos visto a muchas instituciones intentando planificar esta vuelta: desde el Ministerio de Universidades, pasando por la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), hasta la Secretaría de Universidades y la mayoría de los rectorados de las universidades. Sin embargo, el mero hecho de la planificación, siendo condición necesaria, no es condición suficiente para paliar las causas de esta incertidumbre.

¿Como al principio?

La realidad es que, a pesar de las muchas horas de reuniones dedicadas al tema, ha pesado más la pretensión (sin duda bienintencionada) de querer tranquilizar aparentando que se estaba haciendo algo y no tanto la activación de las acciones claves para conseguirlo. La incertidumbre disminuye con unas acciones identificables: 1. la participación activa de todos actores implicados; 2. la promoción de medidas innovadoras basadas en la evidencia acumulada por la comunidad de excelentes científicos y científicas que tenemos en las universidades, 3. el aprendizaje cooperativo transnacional alrededor de experiencias de éxito de otros sistemas universitarios. Estas son una muestra, pero también tenemos otras herramientas, y todas han brillado por su ausencia. No es de extrañar, pues, que, a pesar de que hace semanas que trabajamos, muchas personas piensen que todavía estamos como al principio.

Sorprendentemente (¿o no?), la pandemia ha tenido el efecto de hacer que ahora se hable más que nunca de educación. ¡Quién lo habría dicho al inicio del mes de marzo! Ha sido necesaria una pandemia para que, como en el caso del sistema sanitario, nos hayamos dado cuenta de la fragilidad del sistema educativo, del final de etapa que implica asumir que así no podemos seguir y de la necesidad de reivindicar cambios profundos en el sistema de universidades y de investigación. No puedo hablar del sistema educativo en general, pero me atrevo a decir que si no construimos acuerdos transversales y de país en materia educativa, el futuro que se vislumbra no será mejor que el pasado que nos salpica ahora.

Interrogantes sin respuesta

Como miembro activo de la comunidad universitaria, soy consciente de que los responsables de las instituciones piensan sinceramente que han hecho lo mejor que podían. Lo piensan porque han dedicado horas y esfuerzos, es cierto. Hemos visto (y los que nos quedan por ver) documentos, declaraciones, ruedas de prensa en los que se nos han explicado los logros alcanzados para empezar un curso universitario con la máxima presencialidad y seguridad sanitaria. No quiero hacer una enmienda a la totalidad ni tampoco despreciar las buenas intenciones de tanta gente que está trabajando para contrarrestar la incertidumbre. Sin embargo, los interrogantes y las casuísticas que día tras día se plantean y no encuentran respuesta son constantes. Y el voluntarismo no es suficiente. Basta ver que un pilar de este nuevo plan, la llamada 'docencia mixta', que no parece fruto de un análisis de experiencias en otros entornos, donde también se habla de ‘blended learning’, en el mejor de los casos, es un eufemismo para decir docencia "como buenamente sea posible".

Volvemos a hablar de docencia: está bien, porque volvemos a reivindicar un elemento clave que, desgraciadamente, se ha visto a menudo despreciado, dado que el máximo reconocimiento, institucional y social, de los académicos, se relaciona solo con la investigación. Pero en sede de docencia, ahora, hay que pensar de manera más amplia, aunando la visión de cómo ha de ser la docencia en términos macro -será necesaria una reflexión a medio plazo- y, al mismo tiempo, pensando y adoptando medidas mucho más concretas, desde un talante realmente proactivo. Menciono algunas, con la reflexión correspondiente. 1. Reivindicar la presencialidad es correcto, pero no a cualquier precio. Habría que tener un plan pensado para hacer frente a la presencialidad realmente ineludible y saber identificarla. El carácter presencial de las universidades que hacen bandera de este índice radica en que apostamos por el hecho de que determinados aprendizajes significativos no son posibles si no se organizan de forma presencial. No es una cuestión de cantidad, es una cuestión de calidad, y de calidad que se debe garantizar. Hay que estudiar, y seguro que es posible, cómo se puede hacer compatible la docencia presencial con la protección adecuada de los miembros de la comunidad universitaria, porque nadie debe estar en peligro, ni sentir, desde el razonamiento, que lo está. Y, tan importante como eso, es necesario identificar las áreas y las asignaturas que tienen más necesidad de impartirse presencialmente. 2. Hay que organizar pruebas PCR masivas a la comunidad universitaria porque el tráfico de personas en las próximas semanas será muy grande. Si los modelos del norte de Europa han dado buenos resultados con esta estrategia, ¿cómo es que no lo podemos hacer en el sistema universitario catalán? 3. Es el momento de dimensionar una verdadera modificación de las formas y formatos de la docencia. No se trata de renunciar a nada, se trata de incorporar mecanismos, fórmulas, que tengan efectos reales. La idea de la docencia mixta tal y como se está vendiendo no es una alternativa, es un salir del paso.

Todo ello nos pone frente al espejo de la responsabilidad y de la necesidad de hacer y decir las cosas por su nombre. O nos lo tomamos en serio o el sistema universitario, especialmente en cuanto a la docencia, seguirá en este declive a pesar del inmenso trabajo de mucha gente, a menudo en condiciones precarias que la hacen aún más valiosa. No hay nada peor que estar esperando grandes aportaciones y novedades para acabar escuchando que la gran medida para garantizar la docencia es llevarla a cabo, si se puede, con las ventanas abiertas. Porque lo que es seguro es que la incertidumbre que nos alcanza a todos y a todas no se irá por la ventana. De hecho, seguramente no se vaya mientras dure la pandemia. Sin embargo, se pueden hacer cosas para aminorar su impacto y convivir mejor con ella. Por favor, pongámonos manos a la obra.

*Catedrático de universidad. Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona (UB).