IDEAS

No te rias que es peor

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Josep María Pou

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Estreno el mes de septiembre con un cosquilleo intermitente en el estómago. Lo siento, no puedo evitarlo. Me vuelve, a ratos, el recuerdo de aquellas tardes de domingo, cuando desde el balcóndel vecinose colaba hasta mi casa la música machacona de las retransmisiones deportivas (una cadencia, una manera de hablar,que todavía hoy me lleva directamente a esa posguerra de mi infancia) yyome retorcía de angustia ante la inevitable vuelta a clase de los lunes por la mañana. Era algo irracional: la amenaza del lunes arrasaba con todo y me impedía -imbécil de mi- disfrutar del domingo al completo.

Lo que vuelve ahora, por suerte, es sólo el recuerdo, no la sensación. Piso el acelerador de septiembre, tras seis meses de andar al ralentí, con la quijotesca determinación de enfrentarme a todos los molinos.  Bien pertrechado, mascarilla en ristre (mascarilla en rostro, para mejor entendernos), salgo a la calle queriendo retomar el mismo paso firme con el que avanzaba a mediados de marzo.Compruebo que sí, que vencidos los titubeos iniciales, el ánimo responde y el motor acelera, valiente, por su cuenta. A cada paso, más revoluciones. Y ya vuelvo a estar en marcha.

Observo, sin embargo, que los molinos son muchos. Y muchos los gigantes de los brazos largos. Puesto en la encrucijada, me asustan por igual negacionistas y alarmistas. Las cifras de nuevos contagios, que desde las televisiones se van cantando como si fueranlos números premiados del sorteo de Navidad, quieren ser admonitorias, pero empiezo a dudar de su eficacia y hasta llego a pensar en el efecto contrario. Una cosa es llamar a la prevención y otra, muy distinta, anunciar el apocalipsis. Y me parece advertir, en algunos informadores, un cierto disfrute mayestático, un llenarse más la boca cuanto mayor es la cifra; actitud muy lejana, por suerte,de las comedidas intervenciones de médicos y científicos.

Anteayer contemplé, atónito, como un opinador alertaba del “enorme peligro” que supone reír en público. Un riesgo superior, decía, al de la tos, el estornudoo el grito desmedido. Y ante la amenaza de poder llegar a morir de risa, no me quedó sino echarme a reír.Por no llorar.