Desde Sants

Septiembre y la escuela

Cuando comienza la escuela todo cambia, pero este año nadie sabe muy bien qué

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Irene Jaume

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Si hiciéramos una encuesta del mes más odiado del año, nadie duda que septiembre tendría un lugar en el podio. El mes de volver a empezar sin que haya cambio de año, el mes de hacer funcionar de nuevo una máquina dejada en 'stand by' y el mes de hacer propósitos para contrarrestar los hipotéticos pero probables excesos estivales. En Sants, septiembre comienza con las fiestas de la Bordeta, y la plaza de Súria, la plaza de Fénix y nuestro refugio vecinal de Can Batlló se visten de gala, hacen ese olor de final definitivo, de temperatura que se acerca a la perfección en que no creo y de cargar las últimas pilas con vísperas de discomóvil y cenas de llevar lo que tengas en tu casa y lo compartimos. La última carga de energía antes de que comience lo que seguramente hace que septiembre sea septiembre: la escuela. Cuando comienza la escuela todo cambia, pero este año nadie sabe muy bien qué.

Tuve la suerte de trabajar en la escuela que ocupa lo que antes era la fábrica del Vapor Vell, de la que todavía se puede ver una chimenea. En la escuela Barrufet aprendí muchísimas cosas, pero sobre todo, que las criaturas importan y se deben tener en cuenta y que muchas veces nos enseñan mucho más de lo que les enseñamos nosotros a ellas.

Estos días, em que nadie sabe cómo se podrán reanudar las clases, pienso en el poco protagonismo que tienen y la desconfianza que generan. Y en ningún caso quiero desmerecer el trabajo y/o la preocupación de maestros y adultos que se encargan de ello, pero ¿por qué pensamos que no sabrán llevar la mascarilla durante las horas lectivas si se pasaron 40 días encerradas en su casa y han seguido todas las medidas? ¿Por qué no nos preocupamos de qué efecto tendrá todo esto en su capacidad de relación pero, en cambio, nos alarmam por si se cambiarán el jugo por un batido en el patio y serán propagadores del virus sin control? Preocupémonos más de lo que no estamos haciendo bien las personas adultas -también las que no tenemos criaturas- y confiemos un poco más en estas personas pequeñas que queremos que sean el futuro, diría yo.