ANÁLISIS
El club de los malabares
Messi ha perdido ante Bartomeu pero al mundo le ha contado sobre su gestión deportiva que "no hay proyecto ni hay nada"
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
Leo Messi envenenó el éxito de Josep Maria Bartomeu. El presidente resistió una embestida sin igual por parte de la estrella mundial del fútbol y, por una vez, la jerarquía corporativa se impuso. Una excelente noticia para el Barça, pese a que no pocas opiniones empezaban a reclamar una reconstrucción completa, sin la pared maestra. La continuidad se consuma con un alto coste para Bartomeu, desgastado durante el pulso y hecho trizas en la entrevista más trascendente del argentino.
Messi no desmantelará, como era su deseo, la base de Castelldefels, para alivio de su familia. También de Ronald Koeman. A Bartomeu, en cambio, le aguarda un año en el palco que vendrá marcado por su descosida relación con la superestrella, lo cual, a estas alturas, uno tiene la sensación de que al presidente ya le da igual. Ha conseguido su propósito de retener al jugador bandera, esencial para el proyecto deportivo y la estrategia comercial. No serán amigos y tampoco está claro que nos deba importar tanto.
No obstante, a los oídos de todo el mundo ha bombeado Messi que su gestión deportiva de los últimos años es un ejercicio de «malabares» y de ir «tapando agujeros». El golpe tiene que doler, porque el desprestigio global es demoledor. Al 2-8 de Lisboa solo cabía sumarle esto. «Aquí no hay proyecto ni hay nada». ¡Uf!.
Amigos o enemigos
Messi ha señalado a Bartomeu como el malo de su relato y a la par ha tendido la mano al aficionado con su confesión de amor al club, con su voluntad de evitar un pleito, con su apelación sentimental a la familia y su arraigamiento profundo… Una declaración de paz después de demasiados días de silencio.
No conviene perder de vista tampoco que el delantero se encontraba en un callejón sin salida en el que él solo se había metido. La estrategia diseñada por los abogados de Cuatrecasas ha resultado ser un despropósito, quizá inclinados por sugerir al cliente lo que quería oír, que la huida legal y libre era posible. Pero es evidente que los cabos no estaban atados. No es la primera vez que le pasa, que los consejeros se convierten en enemigos, y solo cabe acordarse de sus gruesos problemas fiscales.
Más allá de su disgusto con la presidencia, a Messi le toca ir digiriendo su derrota, no solo la de Lisboa, sino la sufrida en los despachos, y ponerse en forma. Y el barcelonismo debe confiar en que sus genialidades en el campo encajen en el plan que trata de idear Koeman. Damos por descontado que su innata rabia competitiva reaparecerá y sus frustraciones se olvidarán en cuanto ruede el balón.
Desconocemos si este va a ser su último año, no lo dejó claro en la entrevista con Goal, pero convendría irnos preparando para disfrutarle como si, efectivamente, fuera el último baile. Quizá en marzo, si no es demasiado tarde, le llame Xavi o algún otro y le convenza de acabar aquí la carrera en lugar de Manchester. Una incógnita. Como tantas cosas en el club de los malabares.
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