análisis

Un plan para Bartomeu

El presidente está aún a tiempo de convertir el espinoso conflicto con Messi en una oportunidad de grandeza institucional

Bartomeu y Messi firman en noviembre del 2017 la última renovación del astro hasta el 2021.

Bartomeu y Messi firman en noviembre del 2017 la última renovación del astro hasta el 2021. / periodico

Albert Guasch

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¿Y cómo resolvemos esto? Leo Messi se muestra decidido a exiliarse de Barcelona. Como explicó ayer este diario, había avisado en privado en varias ocasiones de su voluntad a Josep Maria Bartomeu, que siempre hizo oídos sordos. Envió entonces el famoso burofax, resonante golpe de trompeta a un palmo de la oreja. Ya no le podía ignorar más. Y Bartomeu le oyó, claro, como todos, pero sigue dispuesto a no escuchar. El argentino aún busca un divorcio amistoso, pero desde ayer ya no se considera legalmente vinculado al Barça. A estas alturas, todo está dispuesto para que la única salida del conflicto sea mediante el drama. Innecesario.

Quién sabe si Messi y sus representantes contaban con el talante blando, permisivo y tendente a la conciliación del presidente hacia los jugadores. Algunas renovaciones recientes, excesivas por las cantidades y la duración, serían un botón de ello. Pero esta vez, zarandeado como nunca, Bartomeu ha estrenado un traje de guerra. Solo está dispuesto a atender a los Messi si es para proseguir las conversaciones de renovación paralizadas en junio. Sin cortesías. Se le espera para el inicio de los entrenamientos. Y punto. Pero ya sabemos que eso no sucederá.

La vida tras el deporte

Una vez fijadas las posiciones, sin nadie acercándose al otro, Messi debe calcular muy bien los próximos pasos. Se juega de alguna forma su vida familiar en Barcelona a la conclusión de su carrera deportiva (si es que ese sigue siendo su propósito; el mundo es grande, pero cuesta de imaginarle jubilado en Rosario o Manchester). Las formas en la despedida son cruciales y, en su caso, por su significado histórico, aún más. Y el Barça también debe calcular bien qué es lo que le conviene.

Toca valorar si no es mejor aceptar la realidad y sacar un provecho a no obtener nada dentro de un año

Messi puede solicitar el tránsfer, que la FIFA le otorgaría, siempre y cuando encuentre un club dispuesto a acompañarle en la guerra que ahora mismo él no quiere. Un juez decidiría un día la indemnización, que puede ser de poco o puede ser de 700 millones, como fija la cláusula. Nunca se sabe. El Manchester City de Ferran Soriano y Pep Guardiola —estos días por Barcelona, por cierto— rehuirá el conflicto con el Barça. Quieren a Messi, es evidente, pero libre de clavos judiciales. El riesgo es máximo hasta para el PSG, poco amigos los parisinos / qatarís de la junta de Bartomeu. Sería esa la vía de traumas y heridas.

No es la que hoy quiere el rosarino, conviene insistir. Y siendo así, puede que a Messi no le quede más remedio que cumplir el año que desea cancelar. Al fin y al cabo, Neymar hizo todo lo posible por salir del Paris SG, con la complicidad del propio argentino, y no lo logró. Bartomeu sigue ahora el manual de comportamiento del jeque catarí, quién lo iba a decir.

Despedida ante el mundo

Sin embargo, pasados unos días, superado el impacto, quizá Bartomeu necesite reconducir su planteamiento cerrado actual, olvidarse de lo que dirán los libros de historia, y pensar qué es lo que necesita de verdad el Barça ahora mismo. De acuerdo, no es agradable pasar a la posteridad como el presidente que perdió al mejor jugador de todos los tiempos. Y produce escalofríos imaginarle un día crucificando al equipo azulgrana en Champions con otra camiseta.

Pero entendiendo el peso de estos dos argumentos, puede interpretar también Bartomeu que es mejor obtener un dinero muy necesitado y un par de jugadores valiosos del City, inasumibles de otro modo para la tesorería azulgrana, que conservar a una estrella a disgusto y no rascar nada a cambio dentro de un año. Al fin y al cabo, Ronald Koeman dijo en su presentación que solo quería en su equipo a futbolistas contentos y comprometidos. Se supone que eso valía para todos, incluido Messi.

Bartomeu, en nombre del Barça, y Messi deben separarse con un abrazo a la vista de todos, con palabras cálidas, y un traspaso aceptable. ¿Quién criticaría eso?

No es fácil para el seguidor barcelonista, el presidente el primero, aceptar su deseo rotundo de marchar. No hace falta darle más vueltas sobre los motivos. Pero quizá nos conviene a todos entender de verdad ese axioma de perogrullo de que todo tiene su fin y que si la despedida es amistosa y agradable, mucho mejor para todos, empezando para la grandeza de la institución.

Bartomeu, en nombre del Barça, y Messi deben separarse con un abrazo  a la vista de todos, con las cámaras de todo el mundo enfocando, con palabras cálidas, con obsequios. Y, por supuesto, con un traspaso aceptable. ¿Quién criticaría eso? Y si por capricho del destino viene un día al Camp Nou con otra camiseta, qué le vamos a hacer, todos nos pondremos en pie como una sola persona para regalarle la ovación de su vida, y corear más fuerte que nunca su nombre, y provocarle tal congoja en la garganta que igual ese día no puede ni caminar.

Quizá no es demasiado tarde para arreglarlo bien.