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Una larguísima y tórrida estación

El cambio climático también ha llegado a la política, y encima ha coincidido la crisis del covid con la de la Monarquía

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un momento de la primera reunión del Consejo de Ministros tras las vacaciones, el pasado 25 de agosto.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un momento de la primera reunión del Consejo de Ministros tras las vacaciones, el pasado 25 de agosto. / REUTERS / MONCLOA

Los finales de verano siempre fueron de gota fría y otoño caliente, 'brownie' y helado. Parece, sin embargo, que el cambio climático también ha llegado a la política. Para el Gobierno, el otoño caliente empezó en la misma investidura, en enero. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no han tenido primavera, ni cien días de gracia, como aconseja la educación democrática; son tiempos de absentismo escolar, de diplomas falsos, y másteres facilones, de poca educación.

Desde que comenzó la legislatura es otoño. Casi nuclear: primero porque la oposición, no solo la partidaria, creyó milenario el advenimiento de un Gobierno progresista; segundo, porque nos cayó encima el coronavirus. No digo esto en vez de covid-19 por viejuno, sino porque representa mejor el carácter vernáculo de la coincidencia del virus con la crisis de la Monarquía.

El largo otoño ha tenido que enfrentar la insurrección institucional territorial, de casi todos los órganos e instituciones con presencia de la oposición, también de la sinfonía mediática. Juntos se constituyeron en poder destituyente del Gobierno legítimo, orillando los mecanismos constitucionales previstos, impacientes de mejores tiempos electorales. Desde luego que en el largo otoño no ha desentonado la juristocracia, en palabras de Pierre Bourdieu, es decir, resolver por la vía judicial lo que debe ser resuelto por la vía política.

Un soplo de lo ya visto

Con esos antecedentes, este otoño es solo un soplo de lo ya visto. El covid seguirá y la crisis de la Monarquía también como elementos principales de la calentura estacional. Hasta Catalunya y su 'procés' languidecen, palidecen, distraídos, ante otra de las fugas peninsulares -parece-: la de Leo Messi, futbolista genial, merecedor de protección nacional y popular a pesar de su poca sintonía con la Hacienda de donde sea.

El laberinto independentista sucumbe, en ausencia de una gran 'performance' cívico-callejera como en mejores años. A pesar de las injusticias carceleras, de la eventualidad que acecha al 'president' Quim Torra y a la Mesa del Parlament, Catalunya está fácil para Pedro Sánchez, tan solo apenas los escarceos parlamentarios con ERC; la otra fuga -permítame la expresión, profesor Javier Pérez Royo-, la de Carles Puigdemont, ya no tiene mucho tirón. Sin embargo, la fuga de Juan Carlos será mecha del otoño político. Que un miembro de la familia real, jefe de la estirpe borbónica, el 'capmaysouè' - aunque su hijo sea Rey-, se fugue no es asunto baladí. Es un choque frontal de la lógica dinástica con la lógica democrática que pone en juego la propia virtualidad del Estado.

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La economía no irá bien, aunque para el Gobierno juegan a su favor los euros de la UE, argumento suficiente para que los patronos y otros poderes económicos se acurruquen en sus ubres hasta mejores tiempos. El precontencioso presupuestario es solo un trampantojo. Lo dijo Yolanda Díaz, Unidas Podemos sabe que no puede jugar a máximos y el PSOE debería saber quiénes son sus verdaderos socios.

Otoños calientes los de antes, toca otoño de la Monarquía, otoño del 'procés', otoño de la derecha filibustera incapaz de comprender su papel en la renovación institucional del Estado, CGPJ, Constitucional, Tribunal de Cuentas, Defensor del  Pueblo. Este otoño, si lo es, será más de España que del Gobierno.