EL LABERINTO CATALÁN
La lección del PSC
El republicanismo tiene al alcance la hegemonía que el pujolismo perdió y los socialistas renunciaron a alcanzar
Joan Tardà
Exdiputado de ERC.
Joan Tardà i Coma
Ya han desaparecido, incluso de las redes, los que hacían correr como ariete propagandístico que republicanos y socialistas perseguían recuperar el tripartito. Oriol Junqueras dejó claro que en ningún caso se planteaba una coalición de este tipo y por parte socialista todavía se fue más allá en la negación, argumentando que era imposible una alianza con ERC, a quien Eva Granados acusaba de sembrar el odio entre los catalanes. Que una alta dirigente utilizara palabras tan gruesas denota hasta qué punto no solo están desgraciadamente rotos los puentes políticos, sino también las relaciones emocionales entre los dirigentes.
No siempre fue igual. Queda para la historia la fecha del 2003 cuando, a modo de 'compromesso storico' de las izquierdas catalanas (la federalista, la autodeterminista y la independentista), un Govern tripartito liderado por el tridente Maragall-Carod-Saura acabó con dos décadas de un autonomismo tan autocomplaciente que había hecho creer a muchos catalanes que vivíamos en una autonomía tanto de primera que cualquier llamada al federalismo o la independencia parecía sobrante o derivada de un exceso de egoísmo. CiU, pues, podía permitirse el lujo de negarse a dar el paso adelante de un nuevo Estatut que profundizara en el autogobierno y resolviera el déficit fiscal hipotecante de la viabilidad de la Catalunya del siglo XXI.
El atrevimiento republicano de llevar a cabo el tripartito superó el pantano de la política catalana y obligó al PSC a corregir el error de Joan Raventós de 1980 de desentenderse de participar en un Govern de coalición para construir la autonomía. Efectivamente, CiU y PSC habían sido padres fundadores del régimen monárquico autonómico del 78, pero el socialismo catalán optó por dejar vía libre a Jordi Pujol, creyendo que para construir un país más libre y más justo socialmente bastaba con convertir el antipujolismo en una mercancía electoral de éxito para articular una buena parte de la población catalana frente a otra cohesionada en torno a la figura Jordi Pujol.
El desenlace del tripartito
En todo caso, en el 2003 se hizo realidad un Govern de izquierdas para iniciar un Estatut de segunda generación a caballo de una obra gubernamental netamente socialdemócrata, que cosiera la Catalunya dual. Pertenece a la historia cuál fue el desenlace de la etapa de los tripartitos: pacto Zapatero-Mas del Estatut del 2007, recuperación de la tradicional colaboración PSOE-CiU en Madrid, defenestración de Pasqual Maragall, aceptación de la sentencia del Tribunal Constitucional, abstención socialista para que Artur Mas recuperara la presidencia y aceptación de la Declaración de Granada del PSOE del 2013, que enterraba la España plurinacional de José Luis Rodríguez Zapatero.
No obstante, Pere Navarro dejó claro entonces que asumir Granada no presuponía renunciar a un referéndum pactado. Pero fue incapaz de mantenerlo y lo enterró poco después, en el 2014, cuando en Catalunya el soberanismo ya no tenía nada que ver con un suflé. El nuevo secretario general, Miquel Iceta, entregó una hegemonía que tenía al alcance desde el no independentismo a cambio de consolidarse como subsistema del socialismo español. Y, hoy, el PSC, desde el córner, se limita a continuar liderando sin entusiasmos el constitucionalismo. Sufriendo por sacudirse los festejos de Ciudadanos y PP, y ejecutando saltos mortales con Junts per Catalunya en la Diputación de Barcelona.
¡Que el republicanismo aprenda la lección! No sea que Junts per Catalunya acabe siendo tan letal respecto a ERC como lo fue el PSOE en cuanto al PSC. El republicanismo tiene al alcance la hegemonía que el pujolismo perdió y los socialistas renunciaron a alcanzar. Claro, siempre y cuando fije en el frontispicio de la actuación política que el éxito recae en situarse donde confluyen las mayorías amplias de ciudadanos independentistas y no independentistas favorables a construir una solución basada en el respeto hacia todos y en el principio democrático expresado en un referéndum. Un republicanismo que recupere los diálogos francos y los puentes rotos (emocionales y políticos), y deseche las competiciones patrióticas. En definitiva, priorizar la suma de sensibilidades distintas y afianzarse en las políticas sociales progresistas.
Y, por encima de todo, asumir un reto inmediato: obligar al Gobierno español a detener la judicialización de cientos de ciudadanos movilizados y a asumir de una vez la reconducción del conflicto en el ámbito de la negociación política sin condiciones. Una oportunidad: exigir la convocatoria de la mesa de diálogo, torpedeada por el 'president' Quim Torra y ridiculizada por miembros del Ejecutivo de Pedro Sánchez, que facilite, al mismo tiempo, explorar una negociación de los Presupuestos.
¡La hegemonía para quien la trabaja!
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