ANÁLISIS

Como si Messi fuese totalmente ajeno al 2-8

Leo Messi, la noche de la goleada del Bayern.

Leo Messi, la noche de la goleada del Bayern. / periodico

Antonio Franco

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Quiero dejar claras varias cosas. Creo que pese al declive relacionado con su edad Lionel Messi es todavía el mejor jugador del mundo. Creo que su paso por el Barça es lo más grande que le ha sucedido al club en toda su historia. Creo que con su calidad y esfuerzo se ha ganado dignamente lo muchísimo que se le ha pagado. Lo digo por delante y con solemnidad para no tener que irlo repitiendo después de cada observación, más o menos crítica, que haga.

En la situación creada por su deseo de marcharse del Barça hay algo que me parece desconcertante: el trasfondo de que el jugador nos castiga. Messi  reacciona como si el 2-8 de la noche del Bayern así como otras derrotas anteriores se las hubiesen infligido a él tanto el Barça como sus seguidores, por lo que quiere --y repito la palabra- castigarnos con su partida. Es muy llamativo porque fueron Messi y sus compañeros los que, ante nuestra estupefacción y decepción, no estuvieron al nivel exigible en ese y otros partidos cuando actuaban, precisamente, en representación nuestra, del club y de los seguidores. Nadie tiene derecho a señalarle a él como máximo culpable, incluso aunque sea el capitán y el estandarte blaugrana, pero él tampoco tiene derecho a echarle la culpa a toda la entidad y a hacerle sufrir con su salida contra el parecer y la voluntad general.

El poder de Messi

Incluso puede añadirse en contra suya otra cosa: que a él le corresponde algo más de la 11ª parte de la responsabilidad. Ha tenido más peso que ninguno de sus otros compañeros en la composición del equipo, en algunas decisiones estratégicas importantes (como la de que Suárez no cediese su sitio en la delantera a Griezmann cuando fue fichado como revitalizador y rejuvenecedor del ataque). En paralelo, él dirigía lo que podríamos llamar el grupo de presión interno formado por veteranos que influía en los fichajes, los descartes y las alineaciones. En cambio no supo compartir suficientemente su gloria personal con Neymar Júnior para disuadirle de la idea de irse al PSG para brillar más y dejar de estar a su sombra.

Sigamos: ¿le considera usted ajeno al esquema de juego general del equipo sobre el campo? Y no me refiero únicamente a libertad total de movimientos o a su conocida costumbre de dosificarse sesteando sin luchar  cuando lo consideraba conveniente y sin pedirle autorización al entrenador, sino también a su influencia para que, siguiendo con los ejemplos, su amigo Suárez tuviese menos responsabilidades defensivas cuando se producían ofensivas del contrario que, por ejemplo, Lewandowski en el Bayern.

El empobrecimiento del juego

Ante lo que sucede, resulta inevitable hablar de estas cosas. Para no ser ventajistas podemos no criticar a Messi por ninguna de las cuestiones que se acaban de describir ya que eran al mismo tiempo, en cierto sentido de la palabra, parte de las claves de sus éxitos. Pero, insisto, no tiene derecho moral a castigar al conjunto del barcelonismo por una situación de la que él es uno --evidentemente no el único, pero sí muy importante-- responsable. Él estaba en el campo y no impidió la decepcionante reanudación de la Liga de este año. Él también se hallaba allí, de calzón corto, en el rosario de grandes y sonadas derrotas internacionales que han ido creando el ambiente cada vez menos respirable que hay en el Barça así como el empobrecimiento del juego que despliega sobre el césped.

Todos los socios y seguidores tienen más derecho que Messi  a lamentar los errores de Josep María Bartomeu, la mala política deportiva que ha efectuado la entidad en los últimos años o la guinda final de la elección de un entrenador inexperto  y poco capacitado para esta última etapa decisiva de la temporada. Pero Messi, que ha ido renovando prácticamente año a año con Bartomeu, como avalándolo, puede castigar con su desprecio a un presidente electo que finalmente ofende la dignidad de toda la institución bajando públicamente la cabeza ante un empleado del club, pero no puede ni desentenderse de su parte de responsabilidad en lo que ha sucedido, ni castigar a la marca y los seguidores del Barça después de haber dicho mil veces que era el club donde quería desarrollar toda su carrera. Tenía y tiene derecho a irse (aunque debe cumplir los contratos y las clausulas que ha firmado), pero no a hacerlo ofendiendo con  desdén perdonavidas a la familia blaugrana y haciéndose pasar por inocente absoluto de lo que ha hecho mal el Barça en los últimos años.