LA MARCHA DEL 10
Messi comiendo sardinas
Josep Martí Blanch
Periodista
Josep Martí Blanch
A cierta edad no se debe discutir con los padres. Acabada la adolescencia, cuando esta época de la vida no se consideraba eterna como ahora, uno debía empezar a encarar los deberes del adulto. Entre ellos -de capital importancia- hacer las paces con el fraude que supone que los padres no lo sepan todo, o incluso, que de algunas cosas no sepan nada.
Pero claro, luego se cruza el portazo de Messi por el camino y resulta que cenas con tu padre, se arma la marimorena y se enteran hasta los vecinos de dos calles más arriba. Se lo resumo. Para mi padre Messi era ayer un “sinvergüenza” y un “caradura”. El resto de los calificativos no los reproduzco por pudor. Yo me revolví, como si fuera el abogado defensor de Lionel: “nuñistas, castrados para disfrutar del fútbol, cobardes, perdedores, aficionados a la tristeza y a la derrota más que al fútbol. Eso sois la gente que piensa como tú y es capaz de decir, después de lo que nos ha dado, estas cosas de Messi, como las habéis dicho antes de Guardiola y también de Johan”. Llegados al café el comedor era la batalla del Somme, cada uno en su trinchera con las granadas en el cinto.
Las hostilidades familiares no deben eternizarse. Así que, dormido el malhumor y aspirando a la reconciliación, invito a desayunar a mi padre. Desayuno de verdad, no estas cosas veggies de tres al cuarto. Sardina a la brasa recién llegada a puerto y ensalada de tomate y cebolla de huerto acabada de venir al bar en una Mobilette del pleistoceno. Hablamos cinco minutos sobre pulpos, que ahora en septiembre se acercarán a la costa y que en noviembre ya pesarán tres kilos y serán fáciles de coger para quienes sabemos pescarlos. Pero vuelve Messi a la conversación. Mi padre pregunta, cómo si yo deba saberlo, si es verdad que se irá al City. No tengo ni la más remota idea, contesto.
Nos ha hecho muy felices
Ideo un juego rápido para saber dónde estamos hoy. ¿Qué le dirías a Messi si ahora estuviera sentado aquí comiendo sardinas con nosotros, padre? Piensa. Finalmente se suelta: “Que nos ha hecho muy felices. Que nunca habíamos visto nada igual. Que los barcelonistas de mi edad le queremos como a un hijo, que vamos a pasarlo muy mal durante un tiempo. Y que con la edad que tenemos, si al final se va de verdad, todo lo que nos queda por ver ya sabemos que será peor”. Un silencio corto para añadir: “y que lo del burofax no está nada bien y no nos lo merecemos; pero si quiere irse, que se vaya”.
Ahora soy yo quien cargaría la escopeta para decir que Messi es un sinvergüenza y así se pudra al lado de Guardiola perdiendo una Champions tras otra hasta el infinito y más allá. Pero callo. Volvemos a las sardinas, recién hechas, riquísimas, y nos pasamos el porrón repleto de un vino que deja manchas en el estómago. Hay desayunos que son rituales eternos. También el fútbol, todo él, lo es. El ritual de la adolescencia infinita en la que coincidimos todas las generaciones. Y estos días andamos con el acné subido. Vamos a necesitar toneladas de pomada y mucho, mucho tiempo. Y elecciones, por supuesto. Que somos adolescentes, vale, pero no idiotas.
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