DOS MIRADAS

Fumar y contagiar

La mancha de aceite contra el tabaco se extiende de manera sutil pero con una efectividad demoledora

Una mujer fuma a cierta distancia de las mesas de la terraza de un bar de Barcelona, el pasado 18 de agosto

Una mujer fuma a cierta distancia de las mesas de la terraza de un bar de Barcelona, el pasado 18 de agosto / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Es muy probable que, más allá de las prescripciones profilácticas contra el covid-19, la prohibición de fumar en calles y terrazas fuera el deseo oculto de la Administración, empeñada en campañas contra el humo al tiempo que receptora de los impuestos que genera el tabaco. La prohibición más estricta sería dejar de venderlo, pero eso generaría un doble descalabro: el evidente desmoronamiento de los estancos y la proliferación del mercado negro. Como, hoy por hoy, es inviable, la mancha de aceite contra el tabaco se extiende de una manera más sutil, tal vez, pero con una efectividad demoledora.

No defenderé ningún derecho adquirido ni defenderé ninguna confabulación. Tengo que pensar que es cierto que el humo no solo interviene en el deterioro de la salud de quien fuma, sino también en el entorno más cercano, que recibe con virulencia las exhalaciones de los fumadores, hipotéticos transmisores del virus, como lo pueden ser también (eso dicen) los que ríen demasiado ruidosamente o los que gritan con demasiado entusiasmo. Nos quedará un panorama francamente simpático: aséptico, silencioso, asustado, cada vez más recluidos en cavernas licenciosas o en claustros desinfectados.